Dicen que recordar es andar cabalgando en un incontenible viaje del hoy hacia el ayer, lo que es un ir y venir entre lo que fue y ya no es, con la contradicción de un resurgir en el presente, como testimonio que se hace vigencia para perdurar en el mañana.

¡Recordar…! Recordar a Sara Gómez. Serán muchos los que perfilarán en sus pensamientos a la cineasta, a la madre, a la mujer surgiendo en el medio para ser, para desdibujarse en sus afanes e imponerse como creadora.

Yo, sencillamente recuerdo a Sara como la niña hecha música que, en tardes inolvidables, con sus diminutos dedos hacía cantar el teclado en la magistral interpretación de grandes compositores.

“Era una gran soñadora. Aunque estudiaba música, decía que haría otra cosa cuando fuera grande”.

La recuerdo más bien callada, tranquila, demasiado juiciosa para su edad. Un día llegó acompañando a su pequeña hermana a Charlas culturales infantiles, agrupación fundada en 1935 para agrupar a los niños y enseñarles a amar el arte y la cultura. Sarita pidió integrar el grupo, y aunque su abuela Sara y las tías decían que no tendría tiempo para las actividades porque debía estudiar sus lecciones de piano, ella insistió en estar tres años más o menos junto a nosotros. ¡Cuántas tardes antes del ensayo charlábamos!

Era una gran soñadora. Aunque estudiaba música, decía que haría otra cosa cuando fuera grande. Y para demostrármelo intervenía en todas las secciones del programa, hasta trabajaba en las pequeñas obras que se hacían.

“Aunque triunfadora en su nuevo camino de cineasta, para mí, su vieja maestra y amiga, Sara sigue siendo la niña hecha de música, con la que lloré y reí aquel domingo maravilloso”.

iRecordar a Sara! Recordarla como aquel domingo en que nos fuimos al Club Campestre. Salimos en horas de la mañana. Eran más o menos quince niños rebosantes de alegría, porque el día resultaba promisorio de juegos, diversiones, etcétera.

A las dos de la tarde se les brindó un espléndido almuerzo, y a las cinco se efectuó la actividad. En ella, Sara y yo (ella al piano, yo recitando). La música vibraba y Sara creciendo con ella. Al terminar, el público aplaudía delirantemente, y desde el público, el poeta Virgilio Trevejo, emocionado, levantó en alto a Sara que, al igual que yo, lloraba y reía.

¡Recordar a Sara! Me niego a verla como la última vez, dos o tres semanas antes de que nos dejara sin adioses. Aunque triunfadora en su nuevo camino de cineasta, para mí, su vieja maestra y amiga, Sara sigue siendo la niña hecha de música, con la que lloré y reí aquel domingo maravilloso.

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