Hace quince años dejó de existir en La Habana la cineasta Sara Gómez. De cierta manera, ella ha devenido leyenda y cariño permanente para los que, por mucho tiempo, nos enfrentamos a sus cálidos ojos expresivos, prolongación de un carácter y una voluntad de hacer y recrear el mundo inmediato que ella disfrutaba, como nadie, con la alegría permanente del asombro. Asumió el reto propuesto de navegar con buen tino por el mar siempre tempestuoso del cine. Mujer comprometida hasta la médula con su tiempo de Revolución, su obra nos deja un aliento vital donde encontramos aquel pájaro de la foresta de que nos habló alguna vez Robert L. Stevenson.

“El cine de Sara no tenía términos medios. Es la expresión de su pensamiento revolucionario y estético”.

Sus amigos (sus hermanos) fueron los hombres cotidianos del puerto, la gente mágica del barrio, marginales o laboriosos, a los cuales conoció en su justa medida para traducir a sus películas un sabor y, sobre todo, una esencia de viva entraña popular.

Sara Gómez era una fiesta, con su asma y su palabra que nunca dejó de indagar y cuestionar a todo el que pasaba por su punto de mira. Era tal vez, y sin que ella lo supiera, una cámara de cine a la cual nunca se le dio la voz de CORTEN. El cine de Sara no tenía términos medios. Es la expresión de su pensamiento revolucionario y estético, y prueba de ello son sus documentales Isla del Tesoro, Sobre horas extras y trabajo voluntario; o cuando asumía de una forma o de otra los problemas referentes a la igualdad de la mujer.

“Aquellos ojos inexplicables que filmaban la vida con todo el amor del mundo”.

Nadie sabe a dónde hubiese llegado con su talento y entusiasmo desbordante por la vida; pero todos la evocamos con alegría, porque la simple evocación de Sara nos recuerda su filosa ironía, su verbo incisivo, y a veces, impertinente.

La revista Cine Cubano rinde tributo a aquel portento de mujer, al cumplirse 15 años de su muerte.

Aún la vemos (extrañezas de la física) a cualquier hora, en cualquier sitio de la ciudad, con su enigmática bomba para el asma, y aquellos ojos inexplicables que filmaban la vida con todo el amor del mundo.

*Texto incluido en el número 127 de la revista Cine Cubano.