Podría preguntarse por qué la gran colección de las Escenas norteamericanas de José Martí no brinda una pieza destinada únicamente al Parque Central de Nueva York. Sin embargo, a partir de las referencias que aparecen esparcidas en múltiples de sus crónicas es evidente que el autor abordó más de un asunto relacionado con este objeto urbano.

Ahora bien, la significación que tiene el Parque Central en las crónicas martianas, entre otras razones,[1] surge a partir de su real y esencial presencia desde entonces en la vida de la ciudad y de su privilegiada ubicación geográfica porque, prácticamente, está ubicado en el centro de la isla de Manhattan por lo que nuclea por cualquiera de sus cuatro laterales a las más famosas y emblemáticas avenidas de la ciudad como: Fifth Avenue, Madison Avenue, Lexington Avenue, Columbus Avenue, por solo citar algunos ejemplos, donde se hallan enclavados —desde entonces— importantes centros comerciales, económicos y culturales de la ciudad.

El propio cronista reconoce la envidiable localización del Parque Central a propósito de su posible elección para una exposición en 1891 en la ciudad: “pero no parece en verdad que haya para la ‘gran feria’ lugar más ventajoso que aquel donde pasan las vías todas y se juntan, al pie de una región de bosques y collados, los dos ríos”.
[2]

Estas mismas razones justifican que sea utilizado en las crónicas martianas para ubicar espacialmente al lector, no solo sobre la localización de numerosos acontecimientos que trata, sino también para hacer referencia a otros lugares del resto de la ciudad que se enmarcan en ese perímetro. Y es que a partir de esos grandes símbolos urbanos está organizada buena parte de la vida en la ciudad. Y ese, es un rasgo que ha predominado con la misma intensidad y sentido hasta la contemporaneidad.

El propio cronista reconoce la envidiable localización del Parque Central a propósito de su posible elección para una exposición en 1891 en la ciudad.

Este sitio, además, es un lugar preferido por Martí. Disfrutaba de sus bondades en los momentos de ocio. Quizás por ser una zona natural o por lo apacible del espacio: “Pero el objeto de estas líneas no es decirle que lo recuerdo con ternura, y que ayer pensaba en Ud. al pasear, solo, en el Parque, por donde íbamos aquel día en que yo quise saber cómo se pasaba en Buenos Aires el domingo”.[3] 

Es cierto también que el Parque Central resulta atractivo en cualquiera de las estaciones del año, lo mismo en primavera: “y los paseos en el Parque Central, que son ahora deliciosos, y los grupos de las mujeres por las calles que ahora en abril se parecen a las rosas de mañana”;[4] que en verano:  “está Nueva York en el verano indio, y aún verdea el arbolado, en pleno noviembre; el Parque, por la entrada de la Quinta Avenida, es a media tarde, como una fantasmagoría: desde los bancos del paseo de a pie van los irlandeses retirados, los patriarcas hebreos, los tenedores de libros en asueto forzoso, los mocetones alemanes que están de paso para la tierra nueva del Noroeste”;[5] que en otoño: “Con el otoño le vienen a la floresta los colores damasquinos, y no hay hermosura más fantástica y rara que la del Parque al entrar en la noche, porque la masa negruzca del follaje, con los amarillos y oro de octubre, es como el hierro de Eibar, con el fondo como la pez, y el oro, o fogoso, o tierno, en flores y manchones”.[6] 

Pero es la llegada del invierno lo que el periodista recrea con mayor detenimiento. Múltiples referencias se pueden hallar en el discurso de sus crónicas. Aunque es la escrita el 4 de febrero de 1882 dirigida a La Opinión Nacional donde brinda un cuadro más abarcador. Su inicio está dedicado a la nueva imagen que gana tanto el campo (“Los labriegos están gozosos porque los copos fríos, como mariposas blancas, les traen en sus alas, a hacer bien a las siembras, todo el amoníaco de la atmósfera y luego se tienden sobre la tierra, a que los animales dañinos mueran bajo ellos”)[7] como la ciudad a partir de la llegada de la estación.

Martí ofrece la bienvenida a cada una de las estaciones del año desde sus crónicas con marcada frecuencia a través de las referencias al Parque Central y los cambios que generan en su flora y fauna.

La imagen urbana –en varias ocasiones– descansa en el Parque Central y los atractivos que cada hora del día supone para los visitantes: “Hay sol suave en la altura, y sol de gozo en los rostros de los hijos de estas tierras de nieve. Alzase en el Parque Central la amada bola roja que anuncia a los patinadores que ya está bueno de patinar el lago helado, y aquí es uno que ajusta los ricos patines, allá otro que se calza de modo que no se les vean los suyos modestos. Puéblase el lago de alegres danzadores”,[8] “No cesan en la noche la fiesta y el bullicio. Sobre la nieve, envía la hermosa luna de enero, su luz nevada. Los chicuelos, reunidos en bandadas, se vocean, se persiguen, se echan luchando entre risas sobre la nieve”.[9]

Martí ofrece la bienvenida a cada una de las estaciones del año desde sus crónicas con marcada frecuencia a través de las referencias al Parque Central y los cambios que generan en su flora y fauna. Las transformaciones que experimenta son tomadas como muestra de lo que está sucediendo en general en la ciudad. Se toma esta parte por el todo.

El Parque Central —quizás también por su gran belleza natural— se convierte para el cronista en la referencia obligada de cambio climático y un espacio de diferente interacción hombre-naturaleza en cada etapa por las posibilidades que brindan sus diferentes áreas: bosque, lago, senderos para paseos, zonas de reuniones, celebraciones o eventos al aire libre. Aunque después el cronista continúe narrando el cambio que producen las estaciones en las calles y en las personas; pero la referencia al Parque Central, es la primera al referirse a las estaciones. Ello está jerarquizado por el autor.

El Parque Central emerge en las crónicas martianas como un oasis dentro de la gran ciudad moderna que marcha a pasos vertiginosos y febriles hacia un desarrollo acelerado. La tranquilidad que allí se respira es expresada por el autor en contraste con el movimiento industrial, constructivo, económico y social que circunda a esta estructura como muestra de lo que sucede en la gran urbe a finales del siglo XIX.

El cronista se acerca de manera múltiple al Parque Central: localización de otros acontecimientos que aborda, expresión de cambio climático, equilibrio flora /fauna, convivencia armónica espacio/individuo, entre otros horizontes que se pudieran deslindar. Como buen observador de la vida que se establece en este espacio y como vía para caracterizarlo de manera integral, no deja de reparar en los amantes que se estrujan por los rincones del Parque Central;[10] como parte de su estilo plural de conocer las comunidades.

Actualmente, uno de los monumentos más significativos de los enclavados en el Parque Central de Nueva York es el erigido a José Martí: erguido, imponente, con ademán desafiante montado en su caballo.

A pesar de no existir en el periodismo martiano una pieza dedicada íntegramente a una estructura urbana tan significativa, sí hay marcas en el discurso de numerosas crónicas que expresan el gusto del autor por la naturaleza del lugar.

La interacción con los objetos urbanos que le impresionan al reportero no es finita, pues pasan a constituir parte de su universo referencial convirtiéndose, a su vez, en una peculiaridad del discurso de sus crónicas. Así sucede con personajes u obras literarias que le son afines o personalidades que legitima raigalmente e, incluso, con aquellas que rechaza.

Actualmente, uno de los monumentos más significativos de los enclavados en el Parque Central de Nueva York es el erigido a José Martí: erguido, imponente, con ademán desafiante montado en su caballo, está perpetuada su imagen en ese entorno natural que fue de su predilección y en una ciudad donde escribió la mayor parte de su obra literaria y periodística.


Notas:

[1]Además de ser uno de los símbolos de la Modernidad junto a la Estatua de la Libertad, el Puente de Brooklyn, la Quinta Avenida y el Coney Island.

[2]P. 342, t. 2.

[3]José Martí, Obras completas, t. 7, pp. 398-399.

[4]Ídem, t. 10, p. 49.

[5]Ídem, t. 12, p. 477.

[6]Ídem, t. 12, p. 459.

[7]Ídem, t. 9, p. 343.

[8]Ídem, t. 9, p. 243.

[9]Ídem, t. 9, p. 244.

[10]Ídem, t. 7, p. 56.