El teatro es rito y representación. Si tomáramos nuestro entorno como el gran escenario, el teatro entonces sería la vida y nosotros, sus intérpretes. Si nos adentramos en el tiempo, encontraremos un corpus simbólico-gestual y una necesidad de representación de un mensaje determinado en muchas culturas, incluso antes del teatro clásico greco-latino.
El teatro es un arte único. A la manera de Heráclito, no te sumergirás dos veces en la misma obra, porque cada puesta es irrepetible. La desnudez humana que implica la representación en vivo, transforma al teatro en una experiencia carnal, táctil, antropológica.
“No te sumergirás dos veces en la misma obra, porque cada puesta es irrepetible”.
El teatro derriba las paredes, o tal vez edifica otras.
El teatro es el espacio de la magia, un mundo otro, cargado de símbolos. Es el lugar donde los objetos redimensionan sus significados, donde el tiempo se pierde, donde amanece en un parpadeo, donde el giro de una mano puede refundar un universo o abrir un camino.
El teatro, por supuesto, es literatura, dramaturgia. Es una voz singular que encarna a muchas otras. Es un autor enhebrando historias. Mordaza en el espejo, el libro de Sandy Castrillo Martínez (San Antonio de los Baños, 1984) es deudor de ese legado, filtrado a través de circunstancias y experiencias que configuran su repertorio ideo-estético.
Roque Libros ―el sueño de ese gran maestro que es Juan Carlos Roque García― apuesta esta vez por la senda teatral. Hace bien. Presenta a los lectores cinco piezas, de mayor o menor extensión, y a un creador inquieto que ha explorado el mundo de la radio y la comunicación, la dirección escénica y audiovisual, así como la gestión cultural y la literatura.
“El espejo” rasga la intimidad entre un reparador de juguetes y una prostituta, Hilario e Isabel. Curiosamente es el propio espejo quien lleva la trama y desata los miedos. Como una gran metáfora de la existencia, el objeto testifica, empuja, interroga:
La vida de un espejo es un tanto aburrida. Tener que estar en un lugar todo el tiempo esperando a que una mujer vanidosa venga a ti solo para ver cómo le queda el sombrero (…) quizás que un par de veces a la semana venga el hombre para afeitarse el rostro o el niño inocente que busca su reflejo en mí. Un espejo no es más que una superficie pulida (…) Para otras personas soy más que eso, un buen compañero con quien ahogar las penas. Eso soy para Hilario.
Sandy Castrillo es capaz de construir en “El espejo” una atmósfera en la cual los personajes se mueven con soltura en un encuentro de mutuo descubrimiento, de inusitadas confesiones. Para Hilario, “las personas son como pozos ciegos que no tienen un fin”. Su vida anda atrapada entre el pasado y los recuerdos, dominada por un espíritu que la obra devela poco a poco y cuyo final resulta concluyente.
“Se necesita una lectura multilateral que conjugue las frases explicitadas con su trasfondo, la hoja con el envés”.
La música cobra protagonismo en la puesta, marca deudora de su trabajo radiofónico. Barbarito Diez, Celia Cruz, María Teresa Vera, Los Van Van… también dialogan con el espectador. Justamente ese elemento, el diálogo, fluye de manera natural, en una línea que refuerza las introspecciones posteriores. No nos sustraemos de adelantar al lector, lo que a nosotros mismos nos llevó de la lectura a las tablas, de las tablas a la complicidad…
Isabel: Ya estate tranquilo. (LO APARTA) ¿Sabías tú que dicen que los espejos son puertas al mundo de los espíritus
Hilario: ¿Y tú vas a creer en esas barbaridades?
Isabel: Eres miedoso. (CAMINA OTRA VEZ AL ESPEJO) Dicen que cuando uno se mira mucho tiempo es capaz de verse el alma. Ven acá.
(HILARIO CAMINA HACIA ELLA Y SE UBICA POR DELANTE. ELLA LO ABRAZA).
Hilario: No me gusta mirarme tanto al espejo.
Isabel: ¿Qué ves?
Hilario: Me veo a mí y te veo a ti.
Isabel: No chico, mira bien, busca en el fondo… Yo veo como si fuera otro rostro.
Permítaseme un salto en el orden de los títulos incluidos en Mordaza en el espejo. Asomémonos a “El pianista”, cierre de este conjunto de ensayos teatrales. El ambiente musical imanta igualmente esta narración escénica que recorre un desenfrenado romance entre un artista del teclado y una bailarina. Cambiarán los escenarios, pasarán los años. La emigración, como un cuchillo sobre la piel de los enamorados, mas el amor es una saeta lanzada al aire, empeñada en unir las distancias, en lograr lo imposible.
La dramaturgia en progresión, los planos temporales, los puntos de giro ejercen su oficio. Nos han de poseer las luces, el ritmo, los besos, la nostalgia. El autor muestra las posibilidades de un texto teatral para contar una historia que tiende puentes hacia nosotros mismos, para fabular acerca de la búsqueda férrea de la felicidad.
Sandy Castrillo Martínez ―un viajero impenitente, un ciudadano de este mundo―, me ha confesado que algunos de estos textos surgieron de un desgarrón. ¿Quién no ha sentido su filo alguna vez? ¿Quién puede permanecer indemne ante una mordida? Seguramente esa circunstancia le agrega un hálito de verdad, una cuota existencial que el arte sabe transfigurar, ennoblecer.
¿Qué harías si te encuentras maniatado, amarrada tu suerte a una (supuesta) desconocida, con muchas preguntas ahogadas en la garganta? Tal es la obertura de “Mordaza”, otra de las piezas que la imaginación del autor deja estampada en estas páginas. La encrucijada da paso a uno de los pasajes más intensos del libro, asumido con mano segura:
Hombre: ¡Pssss, pssss, hey! ¡Psssssss, oye tú! No te hagas la sorda.
(LA MUJER LEVANTA LA CABEZA, MIRA HACIA ATRÁS Y LE RESPONDE)
Mujer: Ah, ¿es conmigo?
Hombre: No, con quién va a ser. ¡Es que como este cuarto esta tan lleno… de gente!
Mujer: ¿Qué quieres?
Hombre: Chica tú piensas quedarte aquí tan tranquila esperando a que vengan a matarnos.
Mujer: Sí.
Hombre: ¿Cómo que sí?
Mujer: Bueno es que no creo que tengamos otra opción.
Hombre: ¿Por qué?
Mujer: Porque estamos amarrados. No tenemos nadie que pueda venir a salvarnos y porque además estamos custodiados. ¡Por eso!
Hombre: Pero yo no puedo quedarme aquí quietecito esperando a que me den un tiro, me den candela o en el peor de los casos me vengan a cortar en pedacitos.
Aunque en otra cuerda, el secuestro es el contexto que enlaza esa obra con “El síndrome de Estocolmo” que invoca esa fascinación entre rehenes y captores y que desplaza su mirada hacia las diferencias sociales en las que (sobre)vivimos. Por su parte, “Las rosas también lloran” toma como inspiración el cuento Relatos de mi vida de Yaniel Gómez Sosa. Esta vez el diálogo se vuelve interior, el monólogo aborda los zarpazos de la discriminación, el segundo nacimiento, el ríspido pero inevitable camino de la autoafirmación.
La venganza, los celos, el engaño, el suicidio… las humanas pasiones hallan lugar en Mordaza en el espejo.
Para más de uno, someterse a la lectura de un texto teatral puede ser arriesgado, exigente; si bien los riesgos y las exigencias son parte insoslayable de la vida. Se necesita una lectura multilateral que conjugue las frases explicitadas con su trasfondo, la hoja con el envés. Es preciso aquilatar la naturaleza y la intención de las acciones, concebirlas en su dinamismo y desplazamiento, lo que está anotado en las acotaciones e incluso lo que flota en el ambiente.
Acercarme a este volumenha sido francamente enriquecedor. Estoy seguro que algunas de estas piezas encontrarán pronto en las tablas su corporeidad, su lanzamiento. La Humanidad necesita tocar su humanidad. De manera generosa, el autor ―que hizo su debut editorial con Sencillamente Olga (Editorial Adagio, La Habana, 2011)― ha declarado expresamente que dedica estas obras a sus alumnos de arte. Sin alardes. Mordaza en el espejo es, ante todo, un regalo.
“La Humanidad necesita tocar su humanidad”.
Habla un apasionado que quiere conectarse con otros que comparten similar devoción. Habla la vocación adquirida, el afán de acompañamiento en esa energía vivificadora, en ese derrotero místico, trágico, espectral, exuberante, jubiloso, antiguo y eterno que es el teatro.