Casa que no existía, poemario escrito por Lina de Feria cuando apenas tenía veintidós años y ganador de la primera convocatoria del Premio David de Poesía (1967), es un libro necesario para intentar comprender, además de sus valores literarios, un momento histórico y una generación; un cuaderno que irradió, asimismo, una multiplicidad de influencias entre las siguientes generaciones de escritores a casi sesenta años de su publicación.

Al revisar buena parte de la crítica relacionada a la obra poética de Lina de Feria —cuyo aniversario 80 se celebra este año— vemos cómo se torna presente este poemario fundacional que compartiera el Premio David con otro poemario también significativo, Cabeza de zanahoria, de Luis Rogelio Nogueras, luego de ser evaluados por Luis Marré, Heberto Padilla y Manuel Díaz Martínez. en quien desanda sus primeros pasos en la creación poética; una fuerza que identifica, actualmente, una de las más auténticas voces de nuestro panorama literario. Cuando se escribe sobre todo el conjunto de su poesía, amplio por cierto, a pesar de los años en que su obra no apareció en los planes editoriales, o sobre una selección menos voluminosa, incluso sobre un cuaderno breve, Casa que no existía sale a relucir como el punto de partida de una solidez poco frecuente en quien desanda sus primeros pasos en la creación poética; una fuerza que identifica, actualmente, una de las más auténticas voces de nuestro panorama literario.

“Al prologar A mansalva de los años (…) José Prats Sariol advierte la soledad como sentido de búsqueda interior, de reconocimiento por las inciertas materias espirituales en busca de la autenticidad”.

Efraín Rodríguez Santana en el prólogo que acompaña País sin abedules (Ediciones Unión, 2003) asegura, treinta y cinco años después de publicado el poemario, que Casa que no existía “es de una madurez tal que gravitará en toda su poesía y marcará desde el inicio sus derroteros temáticos y estilísticos”. En tanto para el crítico Enrique Saínz, en su propio año de publicación el poemario mostró la “diferencia de su palabra, una voz otra en el contexto literario de aquellos años, con preocupaciones y búsquedas distintas, aunque sin desentenderse de los aportes del conversacionalismo”. Mientras César López, en las palabras que prologan Absolución del amor (Unión, 2005), ofrece entre las posibles claves para la lectura del cuaderno atender cuidadosamente a elementos como “la pérdida” y “lo perdido”, aquello que estuvo y ahora irremediablemente ha desaparecido como recuerdos de otra época; en lo que se asemeja, por ejemplo, al movimiento del feeling, tan cercano a la novel creación entonces y relacionado a nombres imprescindibles como Marta Valdés, Ella O´Farril y Pablo Milanés, y a los jóvenes nucleados alrededor de Ediciones El Puente. El autor de Quiebra de la perfección apunta, además, rasgos de importancia no solo para comprender a la autora sino para analizar los rumbos del panorama poético cubano, entre ellos la “proyección de lo femenino oprimido”, el uso de “precisos referentes urbanos”, y la atmósfera “discretamente surrealista” que refleja Lina de Feria en sus poemas. El texto con el cual abre el cuaderno iniciático es muestra palpable de lo que se refiere César López en sus palabras:

han tomado mi casa/ uno tras otro llegan venciendo su eternidad/ que les parece un obstáculo cercano y fácil/ me faltan el respeto y entran/ tirando al suelo máquina libros cigarros/ cuadros que conservaba. los afiches/ todo desaparece/ todo es mi madre y su tiza de la Superior/ maggie conrado Úrsula/ mi ejército de la infancia/ mi tropa para huir a la loma del burro/ la soldadesca pura/ ha entrado junto a mí/ y esta casa ya no es mía/ luego se van con sus trajes absurdos/ se va el flaco habitante de la memoria/ rompiendo el blanco perdurar de los papeles/ para dejarme tirado en mi actual tamaño/ sujeto a un tiempo que no existe.

Esta preocupación —la angustia y la lucha, frecuentes en su poesía— serán también identificadas por Saínz al revisar su obra, cuando advierte un “caos de imágenes, recuerdos y angustias” en los textos. Vinculando la aprehensión poética de la angustia y la percepción surrealista de la vivencia y la cotidianidad apuntadas por César López, Saínz haya en sus versos una “experiencia de lo irrealizable”, en “gradual reelaboración de sus temas capitales, entre ellos, el de la soledad, acaso el más relevante de su poética”:

cuando mi vejez detenga el tiempo cargado de una brisa/ que haya perdido el espíritu que conmueve las hojas/ que arrasa la sequedad de los depósitos vacíos/ todo será real para entonces/ no seré el pedazo húmedo que espera sin descanso la llegada del joven dominguero/ (ese que acude a la cita convencional/ con el traje lleno de flores silvestres)/ más bien seré como los cuerpos imprecisos/ con el amarillento significado de un libro cualquiera/ tal vez Alicia en el país de las ilusiones/ un buen hombre apegado al gentío/ que conoce el peligro de las calles/ cuando los automóviles destrozan el viento/ llevaré el pecho roído por tanto cadáveres y memorias/ mi cabeza en tus hombros imaginarios vestidos de milicia/ yo corriendo por una calle para encontrarse en la feria/ las tardes de las primeras audacias/ cuando mi vejez detenga el tiempo/ estas cosas serán como recuerdos o crímenes/ la gran puerta amor mío para la resignación.

Al prologar A mansalva de los años, segundo poemario de Lina de Feria, aparecido más de veinte años después de Casa que no existía y merecedor del Premio de la Crítica en 1991, José Prats Sariol advierte la soledad como sentido de búsqueda interior, de reconocimiento por las inciertas materias espirituales en busca de la autenticidad. Mientras Arturo Arango, al reseñar A mansalva de los años, propone como una de las lecturas posibles la “dialéctica entre el individuo y la historia”; o sea, la forma agónica, vital, incluso natural, propia de los cubanos de hacer historia cada día como parte de una cotidianidad visceral que convierte en epopéyico hasta las acciones domésticas. Todo dentro de una “ética humanista” que viene a abarcar su poética. Lina, merecedora en varias ocasiones del Premio de la Crítica, escribe en uno de los poemas de Casa que no existía:

ha vendido sus cartas. ha quemado/ sus naves menores/ la familia se largó de Cuba/ dejándolo con su cinto viejo/ y los libros más políticos/ el techo se mira y es un puntal tan alto/ la casa está tan justamente sola/ el desayuno tan contrario a toda maternidad/ la firmeza no se explica en una cuartilla/ y el arte poética/ quede en su mirada de búfalo.

Más tarde, al prologar De los fuegos concéntricos, el propio Arango identifica tres perspectivas diferentes de escritura: el discurso conceptual, filosófico, desnudo de la misma; las visiones delirantes, surreales, de violentas rupturas lógicas o imágenes de visualidad enloquecida y la cotidianidad como definición de un ser humano concreto, dueño de un pasado y de una vida cuya dolorosa biografía trascurre a lo largo de los poemas.

“Cuando se escribe sobre todo el conjunto de su poesía (…) Casa que no existía sale a relucir como el punto de partida de una solidez poco frecuente en quien desanda sus primeros pasos en la creación poética…”

Sirva el año de su aniversario ochenta para volver a un libro medular, constantemente citado y reverenciado por los escritores jóvenes; y sobre todo para repasar y acercarnos a la amplia obra de Lina de Feria. “He ahí, creo, un logro amplio a destacar. Haber conseguido un estilo propio. Y una obra propia”, aseguró en una entrevista a propósito de la entrega del Premio Maestro de Juventudes de la Asociación Hermanos Saíz (AHS).

Lina de Feria, nacida en Santiago de Cuba en 1945 y merecedora del Premio Nacional de Literatura de Cuba en el año 2019, abrió con ímpetu las puertas de su casa fundacional e inscribió, así, su nombre en las letras cubanas con la misma fuerza de su obra lírica, esa que ocupa un lugar importante en la literatura de un país de grandes poetas.