Han pasado las semanas y aún, entre los cubanos, perdura la incertidumbre. De súbito se nos fue Rufo Caballero, el popular crítico de todas las artes que, al decir de la destacada intelectual María de los Ángeles Pereira, en la contracubierta de Agua bendita –uno de los más recientes libros del también escritor, ensayista y profesor–, era “la voz crítica más sobresaliente del universo artístico en Cuba”.

“Es imposible reseñar su profusa creación en periodismo, ensayo, narración y crítica”.

Mucho se ha escrito por estos días de este admirable intelectual, exigente consigo mismo y con los que estábamos cerca de él. Todos coinciden en que dejó profundas huellas en el arte y la cultura cubanos, enlutados por su veloz partida, en pleno ejercicio de sus facultades como hombre joven, como creador. Es imposible reseñar su profusa creación en periodismo, ensayo, narración y crítica, hasta la breve altura de los 44 años de vida, cuando ya había obtenido la Distinción por la Cultura Nacional, decenas de premios dentro y fuera de Cuba, y dos doctorados con excelentes calificaciones, además de ejercer como profesor titular de los principales centros de altos estudios sobre arte del país

Sus textos sobre cine, artes plásticas, música, sociología, danza e historia de la plástica contemporánea forman parte del patrimonio más valioso de la nación. Además de cerca de quince libros, publicó cientos de palabras para revistas y catálogos especializados en arte. En breve saldrán dos títulos suyos, entre ellos su primer libro de narrativa, cuyo editor y prologuista, el prestigioso escritor Francisco López Sacha, me aseguró que era una sorprendente joya de la literatura, con la cual su autor se estrenó como narrador.

Su afán investigativo y su capacidad de análisis sobre heterogéneos temas también le permitían realizar profundos juicios que, por igual, se extendían a fenómenos sociales como la diversidad genérica, la fanática masividad en el béisbol —severo industrialista—, o las recientes “preocupaciones” de sus coterráneos por las nuevas medidas que en el ámbito laboral se generan en la Isla.

Precisamente de este último asunto trataron sus últimas escrituras, con ese ameno tono que transita desde lo irónico hasta lo humorístico, pero con pensamiento profundo, esencialmente dirigido a los trabajadores, y que aún se reproducen en muchos medios nacionales y de otros países, bajo el título deLa actividad económica y social por cuenta propia sería el batacazo final al dañino paternalismo socialista del subempleo”.

Rufo sentía especial preferencia por las gentes de barrio, para las que también —y mucho— pensó como comunicador. A veces me comentaba su dicha por haber vivido en esta Revolución: “No se puede perder este proyecto, el socialismo es la solución”. Ahí está su obra toda: comprometida, valientemente crítica. “Nadie espere nunca de mí un gesto que lastime a Cuba. Nadie. (…) Por mis venas anda Cuba, con sus aciertos, con sus torpezas, con su arte”.[1]

Era inexplicable la capacidad de Rufo como pensador humanista; sus enciclopédicos conocimientos sobre el arte y la cultura universal quedaron evidenciados a través de toda su obra, la cual incluye su labor como excelente comunicador. Su presencia se hizo imprescindible en los Lucas del mediodía, en la televisión dominical. Ese día, al concluir su comentario sobre videoclip, recibía la llamada de Rufo, puntual, no para saber cómo se vio su imagen, sino para conocer si sus palabras llegaron con claridad al gran público, sobre todo a los jóvenes. Cada intervención de Rufo era de “culto” —como él mismo calificaba las exquisiteces profesionales y humanas de otros—, magisterio de quien sabía dirigir el diálogo y convencer.

“Sus enciclopédicos conocimientos sobre el arte y la cultura universal quedaron evidenciados a través de toda su obra”.

Han pasado varios días de la fatídica noticia. No sé por qué los genios suelen vivir pocos años. Hace apenas un mes Rufo tenía muchos proyectos por realizar, entre ellos, como él mismo afirmaba: “Vivir. Vivir. Es ese el oficio más difícil y el más reparador”.

Entre sus pasiones inmediatas me hablaba de su participación como jurado central del último Festival de Cine de La Habana —que no pudo asumir debido a su estado de salud—, así como de las presentaciones de sus obras en la Feria Internacional del Libro y el estreno de su reciente video de arte con Viengsay Valdés y Polito Ibáñez, y de muchos proyectos más a favor de la cultura.

Pocos conocen que detrás del crítico enérgico estaba el amigo fiel; el niño que disfrutaba con cambiar los nombres de cuantos conocía por extraños rejuegos de palabras; el que sonreía con los absurdos cuentos existenciales y los chistes de los amigos; el que ante las adversidades invocaba la razón y la esperanza; el que disfrutaba del diálogo sincero y juicioso; el que solía predecir tantas cosas, hasta su insospechada muerte, absurdo presagio siendo aún tan joven y fuerte. En resumen, Rufo era, según él, un verdadero “jodedor. Bailador de salsa y de reguetón. Y admirador empedernido de Cuba, su cultura y su gente”.

“Detrás del crítico enérgico estaba el amigo fiel”.

Mi amigo y maestro se alegraba ante un gesto o una acción que denotara inteligencia, tanto como despreciaba la ignorancia, la mentira, la cursilería y los malos modales. Podía vérsele lo mismo en un concierto de música sinfónica o en una función de ballet —devoto de la Escuela Cubana de Ballet y del Ballet Nacional de Cuba—, que detrás de una conga, arrollando por la calle Manglar, o en una fiesta entre amigos, lidiando con el más brillante bailador.

Así era Rufo, el afanoso trabajador de la cultura del que siempre se aprendía algo nuevo. Humano al fin, también solía incomodar con severas reflexiones o testarudas sentencias, asumidas desde la altura de quien se adjudicaba “el don” de conducir los sentimientos de quienes estábamos más cerca de él, hasta los límites de la lógica y el absurdo, para disfrutar después del “perdón” por él concedido.

Mucho habrá que estudiar, a partir de ahora, sobre el legado de Rufo Caballero. Su súbita desaparición física no le dio tiempo para organizar su numerosa papelería, los cientos de apuntes, proyectos e ideas que quedaron inconclusos en su ordenador.

La irreparable pérdida de Rufo nos deja un atroz vacío.

“Cuando un amigo se va, / queda un tizón encendido / que no se puede apagar / ni con las aguas de un río”. Tal vez, para algunos, sea un poco cursi esta remembranza, pero en estos momentos no puedo eludir de mi mente esa conocida canción de Alberto Cortez que evoca la dolorosa ausencia de mi gran amigo.

Texto incluido en el dossier homenaje a Rufo Caballero, publicado en el número 179 de la revista Cine Cubano.


Notas:

[1] Entrevista del autor de este texto a Rufo Caballero: “Agua bendita es un libro que celebra”, en Trabajadores, 8 de febrero de 2010, p. 10.