No creo, ni quiero, que a nadie se le ocurra guardar un minuto de silencio, ni ofrecer un homenaje luctuoso de esos que rozan el morbo que tenemos con la muerte, cuando se hable de Rufo Caballero.

Aún no sabría definir hasta dónde Rufo aportó al Proyecto Lucas, al desarrollo del clip cubano y, sobre todo, a una cultura de la crítica y el debate, siempre desde las ideas y el respeto por el otro, sin dejar de ser polémico, provocador y duro con su crítica en la sección del “Caballete de Lucas”. Rufo redimensionó el videoclip a la categoría de obra artística, desde su sitial de crítico; hizo reconocer a entendidos en la materia y al público en general, que el videoclip es también una obra artística desde la que se pueden expresar emociones, sentimientos, goces y locuras como en cualquier otro género. Nos enseñó a abrazar y defender como nuestro, el menor intento de atrevimiento estético, como plataforma importante para descubrir caminos creativos que, después, han demostrado ser fundamentales en el desarrollo de otros géneros audiovisuales tan conservadores como la propia televisión.

“Rufo redimensionó el videoclip a la categoría de obra artística, desde su sitial de crítico”.

No estoy autorizado para desclasificar (como está de moda ahora) cuántos videoclips deben su transmisión en la televisión nacional, a la intervención de Rufo, quien con sapiencia, madurez, tacto, nos decía el momento y la forma en que se debía abordar la defensa de un videoclip polémico.

Cada caso se convertía en batallas, con enfrentamientos de diversos tipos, con los más elementales mediadores y con otros enviados de ciertas alturas, como en las malas películas del sábado.

Su sagacidad para ver más allá de cada obra, mostró que el ejercicio de la crítica es también un acto creativo, donde la pasión es tan válida como el conocimiento. Rufo esgrimía las herramientas para analizar la obra, para establecer con el televidente una comunicación profunda y cómplice, mediante un lenguaje, a veces barroco y a la vez sencillo, para cualquier cubano de a pie, con lo que lograba una empatía casi sin precedentes con el más heterogéneo espectador. Su ejercicio se sustentaba en un acto de sinceridad enorme, que le permitía expresar la más dura crítica o el más agradable elogio, sin perder el equilibrio necesario de la objetividad, y conquistaba en el más humilde de los cubanos, una admiración por su labor como crítico y comunicador.

“(…) con sapiencia, madurez, tacto, nos decía el momento y la forma en que se debía abordar la defensa de un videoclip polémico”.

Sé que me harías una crítica por escribir estas notas; sé que volverías a recordarme lo inmaduro de mis arranques, y reirías de mi estilo clásico de roquero trasnochado de andar por la vida. Pero siempre nos perdonamos mutuamente los descalabros y encontronazos, pues las esencias nos unían. Fuiste de los que abrazó como suyos mis causas y mis andares; juntos ganamos y perdimos; juntos le arrancamos pedazos al arcaico pensamiento que rige nuestro medio.

Ya no podré contar contigo para convencer a la burocracia; no podremos armar la cofradía contra los pálidos que dominan algunos sectores de la cultura cubana. No discutiremos sobre el juego de ayer de los Industriales; no volveré a decirte que estás bajando de peso demasiado; no volverás a decirme lo que pasa con Blanquita. Y… es que… ya no seremos los mismos… y es que… estarás aquí, como siempre… en pleno jolgorio, saludando, desde el “Caballete de Lucas”, con tu gorra y pulóver, de los azules… Hola, cómo va la vida, cubanos.

Texto incluido en el dossier homenaje a Rufo Caballero, publicado en la revista Cine Cubano 179.