Participo del unánime llanto por la súbita muerte del valioso, amado, culto Rufo Caballero. La literatura mundial de todos los tiempos ha dictado anatema contra la Muerte: esa bruja maligna, indeseada, inesperada, traidora y nefasta, que siembra el dolor dondequiera que se presenta. Al igual que muchos —que todos—, deseo expresar mi condolencia. Debo aclarar que solo lo vi o hablé con él en dos ocasiones: unos 15 minutos en una actividad de la Unión de Escritores y Artistas, y dos horas de trabajo ante las cámaras para una entrevista; pero sí he leído alguna parte de su obra crítica, mayormente sobre cine, que he leído con la avidez con que él se acercaba a la cultura, aunque sin poseer yo los conocimientos técnicos necesarios.

“Debo aclarar que solo lo vi o hablé con él en dos ocasiones”.

Entre los criterios que deseo compartir con sus admiradores, yo destacaría los siguientes:

El cine cubano desde hace un buen tiempo ha venido dando evidencias de ingente vitalidad, hasta llegar a su actual punto insigne. Si imagen, fija o en movimiento; si sonido, asunto y texto son ingredientes que el cine cubano ha llevado a la madurez como un todo artístico, ¿por qué cuando están separados descienden algunos de ellos de su pedestal?

“Participo del unánime llanto por la súbita muerte del valioso, amado, culto Rufo Caballero”.

Al advertir el duelo fenomenal que ha producido en nuestra sociedad la muerte súbita de Rufo Caballero, no pensemos que fue un meteorito, que causó una masacre de soles vespertinos en una tediosa tarde, o anochecer lentísimo. Pensemos —para cancelar todo horror— más bien en una simiente que ha de fecundar un vientre de nueve meses, para un parto feliz, pues la Historia ha demostrado una y otra vez, que toda ganancia extraordinaria exige (como saldo valedero) provenir de un dolor inenarrable.

Texto incluido en el dossier homenaje a Rufo Caballero publicado en el número 179 de la revista Cine Cubano.