Cándida acudió esta mañana al Banco de 23 y J. Al salir, su grupo de amistades fuimos llamados con cierta urgencia, ya que la habían llevado a la sala de observación del policlínico más cercano. Hacia allí nos dirigimos Víctor, Brígida, Fefa y quien les cuenta, María E. Hallamos a Cándida acostada en una camilla, bajo los efectos del diazepam que la doctora le había suministrado, la misma que nos informó que la paciente balbuceaba incoherencias al llegar, acerca de algo relacionado con malos tratos, abusos e imbecilidades, aunque sus parámetros vitales eran normales. “Llegó en estado de agitación”, nos comunicó la galena, y les he avisado a ustedes, a ver si logran entender lo que le sucede. Nos acomodamos alrededor de la camilla, y procedimos a interrogar a nuestra amiga.

— ¿Qué pasó, querida? ¿Acaso no desayunaste, o te pusiste a meditar en el cruel e inhumano desde el amanecer?, preguntó Fefa, siempre inquisidora.

—Denle espacio, muchachas, permítanle respirar, no la atormenten, sugirió Víctor, para enseguida añadir: “Seguramente ella recibió una mala noticia como el precio actual de los pasajes interprovinciales, no olvidemos que Cándida tiene familia en Songo La Maya, aunque ahora que recuerdo, ella suele ir a Fomento, donde dice Pedro que hay apagones que duran doce horas y a veces trece. Pobrecita, eso la descontroló”.

—Yo opino, dijo Brígida, “que el desplome y la descompostura de Cándida tienen relación con el hecho de que anoche ella se enteró de que Edith Piaf cantó una vez en el cabaret Montmatre, ustedes saben que ella adora a la francesa, y, quizás, digo yo, el impacto de saber que donde estuvo esa gran cantante hoy lo que queda es una furnia donde crece la hierba y pululan los ratones y basura general fue mucho para su corazón. Anoche hablamos del tema, y yo le dije que en ese sitio van a construir un nuevo hotel, seguro seguro, porque si aquí tú ves un espacio vacío, es que van a construir un hotel, ¿verdad o mentira?”

—¡Ay, por favor!, intervine yo. “¿No les parece que debe ser la propia Cándida, con su candidez habitual, quien nos diga qué ha sucedido? Cándida, por favor, despierta y cuéntanos, que estamos aquí, a tu lado”

—Hola, queridas, balbuceó la aludida, y agregó: “La vida es bella”.

—¿Qué dijo? Preguntamos a coro.

—Doctora, por favor, ¿usted está segura de haberle inyectado diazepam a nuestra amiga?”. Quiso saber Víctor.

—¿No hay posibilidad de hacerle un electroencefalograma de urgencia, o una TAC de cerebro ahora mismo? Está muy mal, la pobre, delirando incluso, opinó Brígida.

—Tranquilos todos, dijo la galena. “Se recuperará pronto, es una alucinación pasajera. Volverá a la realidad en breve. Eso de decir “la vida es bella” no es tan grave como ustedes creen, es un simple efecto colateral, que indica desconexión con la realidad, pero no es preocupante. Esperen un poco y verán que ella aterriza pronto”

—De ninguna manera nos quedaremos pasivos, Cándida, reacciona, amiga, vuelve a la realidad y dinos qué te ha pasado, rogué yo.

—Todo va a estar bien”, dijo la aludida en medio de un soberbio bostezo.

—Ay, Dios mío, está empeorando. De esta la perdemos, doctora, no la abandone, por favor, vuelva a medir pulso, presión y temperatura, por favor, porfa, porfis.

—¿Quieren calmarse todos? Respondió la galena con evidente irritación. “Simplemente esta paciente fue traída desde la sucursal bancaria de Jota, donde al parecer tuvo un pequeño altercado, y al llegar repetía ‘maltrato y abuso’ compulsivamente, y me dio los teléfonos de ustedes, pero nada grave sucede”
—Vamos bien y la vida es bella, repitió Cándida, y procedió a quedarse dormida.

—¡Glicemia urgente, y sodio y potasio!, bramó Víctor, “esto ya tiene que ser una embolia”

—A ver, vamos a calmarnos, propuse yo. “Analicemos por partes: Cándida es muy cándida, lo sabemos. Fue al Banco y eso es un factor de riesgo, lo sabemos. Ella tenía que cobrar un cheque emitido para un Bandec, lo sabemos. Pero fue a un Metropolitano. ¿Me siguen? Confundió Crédito y Comercio con Banco Popular y Metropolitano, y eso es grave, queridos, muy grave. Eso es todo”

—Pero la cuestión es ¿cómo es posible que ella diga así, sin anestesia, que la vida es bella?, preguntó Fefa y asintió Brígida.

—Ya la doctora nos explicó, y no podemos volver a molestarla, tengamos paciencia, dije yo.

—Miren, hay camillas disponibles, murmuró Fefa. “¿Qué tal si mientras esperamos a que Cándida despierte, descansamos un rato aquí?”.

—No, yo lo que quiero es que me inyecten eso mismo, dijo Brígida, “porque ir bien y que la vida sea bella es lo que necesito ahora mismo, me da igual que me pongan un diazepam o me den un electroshock”.

En ese momento, regresó la doctora y nos comunicó que debíamos abandonar la sala, con Cándida incluida, porque necesitaba despejar el área ya que estaban a punto de ingresar tres individuos que la ambulancia traía del registro civil, y dos mujeres que se habían desmayado en la Oficoda.

Abofeteamos suavemente a Cándida para que acabara de despertar, y ella se incorporó muy dispuesta, repitiendo qué bella es la vida. Víctor la tomó de un brazo, Brígida del otro, Fefa tomó su bolso, de donde sobresalía el cheque sin cobrar del Bandec, y yo procedí a agradecerle a la doctora su exquisito trato. Cuando todos marchábamos hacia mi casa, retrocedí unos pasos, porque quería averiguar la dosis exacta del diazepam, pero me fue imposible. Ya llegaba la ambulancia, que traía a un hombre echando espuma por la boca. “Es uno de los que recogieron a la salida del registro civil”, me explicó el portero.