A José Manuel Valladares.
Me cuentan que en varios países aumenta el índice de divorcios. Que en China, y en Corea, y en España, iniciando la descuarentenización, también llamada desescalada, muchas parejas corren a oficializarse como desintegradas. Aunque algunas de mis amistades se preocupan porque esto mismo suceda en Cuba, yo opino lo contrario. Aquí no. Veamos en qué se basa mi raro optimismo al respecto:
Es evidente que en esos lares la gente no se conocía muy bien. Que con las prisas del intenso trabajo, sumado al afán por no desperdiciar ni un minuto que pueda significar dinero contante y sonante, y el poco roce piel con piel que suele caracterizar a los laburantes intensos, no había mucho tiempo para profundizar en quién eres, de dónde saliste, cómo reaccionas ante la adversidad, cuál es tu sentido del humor, qué tal cocinas y demás interrogantes, en cuya respuesta está lo fundamental para que una pareja funcione en el tiempo, más allá del enfrentamiento cuerpo a cuerpo, del placer enorme del imprescindible cortejo sexual, con todo incluido.
Aquí, solemos priorizar lo que es el vínculo personal (también llamado análisis “actitudinal”), ese conocerse trotando en la calle, en el duro bregar, en la llamada lucha cotidiana, ya sea persiguiendo un granizado, una guagua, al vendedor de plátanos, o al tipo que acaba de robarnos la toalla de la tendedera u otras variantes, como llamando a gritos a la mujer que anuncia con voz de soprano ESCOBAS, CUBOS, ESPAGUETTIS pero ya va por la esquina, o al tipo que compra pedacitos de oro y pomos de perfume vacíos, refrigeradores rotos, y compone colchones. Según sea la actitud, la postura de nuestra potencial pareja ante estas situaciones, vamos escogiendo. Igualmente, depende de otros factores ajenos en apariencia al amor como tal, el hecho de seleccionar al ser humano con quien despertaremos cada mañana. Por ejemplo: la destreza en resolver comida es muy importante. Y la habilidad para sustituir importaciones (léase “la política del parche”). Hay que decir que una persona lenta en regateos es un candidato dudoso, aunque tenga más belleza que Brad Pitt, o sea más atractiva que Demi Moore, según el gusto de cada quien. Si ese ser humano no dispone, además, de trucos que garanticen una mesa bien servida o al menos apetitosa; si no sabe que dos más dos es a veces tres, o cinco, —depende de las circunstancias—, y, encima, no dispone de contactos en la Farmacia, o en el Agro, o en el Registro Civil, y si, para agravar la situación, no conoce de plomería, ni de electricidad, ni sabe inventar platos, ni maneja bien el detergente (entiéndase “usarlo lo menos posible”), aunque tenga más musculatura que Carlos Mapa (también conocido hace un siglo por Charles Atlas), o mejor figura que la de Jennifer López, sus posibilidades merman. Otra cosa importantísima es el sentido del humor. Se podrá ser muy hermoso/a, pero si se es pesado/a en Cuba, la belleza no vale, no sirve, no alcanza. Porque nosotros, todos, sobrevivimos gracias a la gracia, al chiste de reírnos de nosotros, con nosotros, para nosotros. Que un sitio tan emblemático como “La Bodeguita del medio” exhiba entre sus peculiares grafitis la leyenda “Cada cual cargue con su pesado”, dice mucho.
Todo esto es fácilmente comprobable ahora mismo, en medio del encierro que no nos permite socializar como siempre. Las habilidades personales florecen, se abren como la cola del pavorreal. Hay quien canta mientras trapea, aunque desafine más que un karaoke de bajo perfil y nunca antes haya tenido coraje para hacerlo en público. Conozco hombres que dejan de lado sus habituales remilgos, y tiñen la testa de su mujer aceptando instrucciones femeninas, e incluso realizan sus primeros intentos en pintarle las uñas a su madre. Y resulta que lo hacen bien.
Tengo amigas que han adquirido, a saber: destrezas de albañil, y me cuentan de sus avances en una cosa llamada “darle el fino al techo”; de mecánica, y me dicen que les preocupa la falta de sincronización del motor de agua del edificio; amigos que confiesan que es la primera vez que hacen arroz amarillo, y recién se enteran de que se logra ese color con bijol (hasta ahora, creían que existía un arroz que no era blanco, sino de tono azafranado porque así venía en paquetes), y lo más curioso es que todas estas personas viven emparejadas, junto a otros/as con quienes duermen. En otras palabras: se diluyen las acciones tradicionalmente atribuidas según la orientación sexual, de modo que, ante el aburrimiento, el claustro obligado, y la falta de las excusas para un después que nunca llegaba, todos/todas ponemos mano a la obra. Se hace lo que haya que hacer, lo pendiente, sin importar a quién le tocaría, ni con qué resolveremos. Es el amor en todo su esplendor, y es también el humor. Es compartir lo poco, lo mucho, lo que aparece, es descubrir cuán afortunados somos. Si antes, en la supuesta “normalidad”, estábamos medianamente orgullosos/as del acierto con el cual escogimos la pareja cuyo rostro contemplábamos mañana a mañana, noche a noche, resulta que ahora todo se multiplica. Porque de verdad, de verdad, nos rozamos minuto a minuto, como si fuéramos jóvenes otra vez, y cumpliéramos voluntariamente aquello de cuando se quiere de veras, como te quiero yo a ti, es imposible, mi cielo, tan separados vivir.
Juntos nos sentamos a la mesa que entre los dos servimos, y nos actualizamos en los chistes más recientes; compartimos memes, carcajeamos al unísono burlándonos de todo, de todos, de nuestros estalajes y demás desaliños. Y juntos componemos ventanas sin disponer de recursos; juntos alistamos los techos que amenazan con venirse abajo, juntos aplaudimos a los médicos, juntos nos colocamos nasobucos, guantes y caretas, muertos de miedo, y, a la vez, muertos de risa. Nos consolamos mutuamente para ahuyentar el susto, a pesar de la escasez de alimentos, de la incertidumbre, de las inacabables colas, aunque muchos hijos y amistades estén lejos, y temamos también por sus vidas, vamos así, unidos, persiguiendo la fracción de felicidad que nos corresponde, que hemos ganado luego de tanto tiempo de compartirnos. Nos ampara mucha más esperanza que fe, pero no hay tiempo para ceremonias. A pesar de que para muchos no signifique nada, para nosotros, sobrevivientes de períodos tenebrosos, de dificultades materiales que al parecer nos han tomado tanto cariño que nunca desaparecen de nuestras vidas, disponer hoy de un pedazo de pan y, sobre todo, de la certeza de no estar desamparados, significa que de algún modo, sobra mucho, pero mucho corazón.
El pueblo cubano ha generado en mi un sentimiento de amor y gran admiración. Es placentero siempre leerles. Espero pronto volver a Cuba. Fui feliz allí.
Muy buena crónica de Laidis, real y maravillosa, como diría Alejo Carpenter
Todo muy cierto. Con fino humor y “gruesa”cubanía. Disculpen los acentos no puedo ponerlos.
Desde que te descubrí no ceso de leer tus relatos, crónicas etc llenas de humor, sabidurías, experiencias y enseñanzas con optimismo. Alguna vez te conoceré? Ojalá.