A lo largo de mi vida de espectadora teatral he apreciado la obra Macbeth, de Shakespeare, a través de numerosas lecturas escénicas. Creo que la primera de ellas fue el montaje de Berta Martínez y Teatro Estudio en 1984, protagonizado por Herminia Sánchez y José Antonio Rodríguez, fiel a la estética de la gran maestra cubana, con propuestas interculturales, creación de una visualidad agreste, con el empleo de fibras crudas naturales y tonos ocres para el vestuario y la escenografía mínima y portátil, y énfasis en el gestus de la animalidad que comportan las ansias de poder, desde una deliberada perspectiva brechtiana.

También recuerdo la formidable puesta en escena de La tragedia de Macbeth, del mexicano Teatro El Milagro, en versión de Laura Almela y con codirección de ella misma y Daniel Giménez Cacho, quienes eran también sus únicos intérpretes, y que pude ver en la 33 Muestra Nacional de Teatro, celebrada en San Luis Potosí en noviembre de 2012. Representada en la trasescena de un teatro, aprovechando el espacio vacío, pero lleno de columnas metálicas y cuerdas de la tramoya, elegía la representación de la tragedia con solo esos dos grandes actores, vestidos con camisas, pantalones y botas negras y sin ningún otro elemento de escenografía ni utilería. La recuerdo abrumadora y rebosante de madurez interpretativa y experimentalismo.

Entre nosotros, en 2020, Reportaje Macbeth de Raúl Martín y Teatro de la Luna fue otra manera de leer esa tragedia de la ambición. La estrenaron dos actores negros en los protagónicos, con música en vivo, original para la puesta, y acento en la intermedialidad, a partir de sustituir escenas con reportes televisivos, para lograr montarlas en el breve plazo de un trabajo por encargo, estrenado en la Jornada de la Cultura Británica en La Habana, a la vez que se tematiza el efecto mediático en una trama que resulta común en la vida contemporánea de muchas naciones, con intrigas de trastienda, corrupción y violencia capaz de desembocar en guerras.

Recién he tenido la oportunidad de apreciar una versión de Macbeth para un actor, a cargo del argentino Pompeyo Audivert, con actuación y dirección suyas. Y si bien él está casi solo en la escena para asumir siete personajes, pues a un lado del proscenio está el músico Claudio Peña ejecutando música original y hasta sirviéndole de contraparte en pequeñas situaciones, también lo respalda un gran equipo artístico y técnico, pues además de Peña, contribuyen a la solidez del discurso escénico el diseño de luces de Horacio Novelle, adaptado para giras por Ana Heilpern; el de sonido de Diego Girón; la escenografía de Lucía Rabey, el vestuario de Mónica Goizueta, y la asistencia de dirección de ella misma junto con Marta Davico e Iván Altschuler.

“El cuerpo de un actor encontrado en el foso del teatro será la carne y la figura que nos hará transitar por distintos personajes de la trama, siete, para propiciar nuestro goce y catarsis…”

Titulada Habitación Macbeth, la puesta del gran actor y director Pompeyo Audivert, maestro y fundador en 1990 del Teatro Escuela El Cuervo, creada en medio de la pandemia, fue estrenada en Buenos Aires a inicios del 2021 aún en condiciones restrictivas. Llegó a la Sala Covarrubias del Teatro Nacional en dos únicas funciones, el 1ro. y 2 de julio pasados, para coronar las huellas de dos talleres impartidos por el artista entre nosotros: “Hacia una estrategia de la improvisación (El automatismo y la discontinuidad en los procedimientos asociativos del actor)”, dictado del 13 al 18 de junio del 2005 en la Sala Che Guevara de Casa de las Américas, e inmediatamente, antes de las funciones, el 28 y 29 de junio de este año, en la propia Sala Covarrubias, titulado “Teatro de la fuerza ausente”.

La magia y la complicidad comienzan cuando, en lo oscuro, los acordes de un cello nos ponen en situación. En medio de un vasto espacio vacío aparece un halo de luz y una figura masculina nos hace componer con él, a las tres brujas agoreras que abren la tragedia con presagios de fortuna para Macbeth, cada una de ellas perfectamente diferenciada en tono y energía. El cuerpo de un actor encontrado en el foso del teatro será la carne y la figura que nos hará transitar por distintos personajes de la trama, siete, para propiciar nuestro goce y catarsis, a través de una demostración magistral de talento y oficio, y de una instancia de reflexión que abarca el sentido de la existencia, de la vida y del teatro. Pompeyo Audivert es capaz de llenar el escenario con su presencia expandida e irradiante y de mantenernos en vilo con la antigua historia y activos, en el pensamiento, sobre sus resonancias en el mundo que nos rodea.

“Cada uno de los personajes recreados tiene su propia energía y, en consecuencia, su ritmo físico y su máscara facial”.

Habitación Macbeth no es la primera aproximación shakespereana del artista, antes llevó a escena Hamlet (lo uno y lo diverso), en la cual, al decir de la crítico e investigadora Ana Durán, condensó su poética en función de la idea de que los poderosos actúan un papel que tiene a la tragedia como único destino,[1] y luego estrenó La señora Macbeth, de Griselda Gambaro, con Cristina Banegas, Susana Brussa, Armenia Martínez, Corina Romero y Damián Moroni. El montaje que vimos fue consecuencia reflexiva y existencial del encierro pandémico y su amenaza apocalíptica, vistos desde su propia experiencia humana y profesional ante la constatación del propio cuerpo como único habitáculo posible y posible de habitar —y detrás del cual, para el actor, secretamente, está el Clov de Final de partida—, lo que revela una síntesis cultural de devenires y contradicciones históricas y culturales. Como apunta el propio adaptador en las notas al programa: “La palabra habitación refiere al cuerpo habitación, al actor encerrado en un cuerpo teatral, habitado por una obra, llevando la actuación a una situación extrema, a un pulso de vértigo y deslinde, mostrándonos el esqueleto que sostiene la tragedia shakespereana como un fenómeno paranormal de naturaleza metafísica…”. Y [somos] “rémoras de un crimen social que fundó nuestra perspectiva histórica y no cesa de producirse, somos una sociedad Macbeth, nacida de una voluntad de poder, compulsiva, cargada de un imperio que no admite rechazo”.

“Audivert trabaja a fondo con la discontinuidad del movimiento, un dispositivo procesual de su poética”.

Desde estos principios, Pompeyo construye un discurso escénico minimalista, pero pródigo en recursos interpretativos, afirmados en su rotunda presencia, sin apenas afeites. Alto y robusto, con un rostro amplio de rasgos marcados y grandes ojos de expresiva mirada, Audivert se cubre apenas de un camisón ligero amarillo pálido, un tono que se mixtura con el color de su piel, ligeramente blanqueada en el rostro y con los labios y la lengua visiblemente rojos. Deja las piernas al descubierto bajo un calzón también difuminado en su propio cuerpo y calza unas botas rústicas de corte bajo. Cada uno de los personajes recreados tiene su propia energía y, en consecuencia, su ritmo físico y su máscara facial. Tienen, además, su propia voz en tono y cadencia, de tal modo, que un espectador neófito puede seguir la compleja trama y todos somos instados a percibir el ambiente físico del universo palaciego, de intriga y crímenes, con la imaginación bien despierta, gracias a sus orgánicas y esenciales construcciones, que traslucen una mirada a zonas no tan visibles del comportamiento. El cuerpo y la mente del actor se han entrenado a profundidad para ser el espacio habitado por una galería de seres compulsados por el poder, que siguen siendo amenazantes, a través de los vínculos que establece con la contemporaneidad en el subrayado de frases de eterna vigencia.

Audivert trabaja a fondo con la discontinuidad del movimiento, un dispositivo procesual de su poética, entendida como estrategia para combinar los elementos que componen lo teatral. Desarrolla modos de andar extracotidianos y de esa forma, construye una teatralidad en permanente desarrollo ante nuestros ojos. Así, él mismo entra a escena y saca los escasos elementos escenográficos, mutado en una suerte de asistente cansino que con una rítmica uniforme, mueve los pies en espasmódicos salticos. Secundado por un brillante trabajo de iluminación, que acentúa la fuerza expresiva de las sombras en relación con el cuerpo vivo, y las tinieblas en que los caracteres están inmersos —con haces variados, en posiciones, y salpicados de algunas coloraturas—, el actor llena de teatralidad el hueco de la puerta, el espejo, el marco y el podio, a través de fecundas interacciones. Hasta la copa metálica de la que bebe en un momento, le sirve como instrumento de resonancia vocal. Los espejos —el corpóreo y el ficcional que atrapa un marco— son apoyaturas para el juego, tan shakespereano, con la condición teatral que el creador subraya en su deliberada referencialidad profunda con la vida. No por gusto su libro más reciente se titula El piedrazo en el espejo, una frase con la que resume su definición del teatro como detonante de la dimensión metafísica, poética y existencial a la que nos debemos los humanos, por más que la historia la difumine o aplaste.

“El actor llena de teatralidad el hueco de la puerta, el espejo, el marco y el podio, a través de fecundas interacciones”.

Desde una elaborada reflexión y un sedimento intelectual innegables, cualidades que este artista revela en cada uno de sus trabajos, Pompeyo dialoga con Shakespeare, con Beckett, con Argentina y con el acontecer del mundo y la humanidad en estos tiempos y sus circunstancias de devastación, que se concretan en el paisaje en extinción que construye sobre las tablas y forcejean con la potencia viva que es su propio cuerpo en plena batalla creativa para compartirnos su imaginario.

En la asunción alternada de roles en su cuerpo-mente, si al inicio refería la pluralidad de las brujas, añado que brilla especialmente la pareja central. Él, grave y rotundo, aunque las consecuencias de sus acciones lleguen a desbordarlo en su demencia; ella, rebosante de histrionismo y portadora de buena parte del juego metateatral, entre el artificio que es el teatro y la realidad de la vida. Es Lady Macbeth quien, sensual y necroerótica, enuncia los textos más mordaces, émula perpetua de la masculinidad que la rodea y a la que desafía; y es ella quien le hace desplegar al actor un impresionante trabajo con las manos, siempre en primer plano y en movimiento, mostrando las uñas pintadas de negro y en revoleteo, asombrosamente, expresivo.

A Claudio Peña, el músico acompañante en escena, le toca vibrar con cada transición del actor, y traducirlo a su cello, para estimularnos desde el sonido por medio de sensaciones y efectos de sorpresa o suspenso y, cuando ya resulta imprescindible, dado el devenir dramático, sostiene diálogos mínimos de confrontación con Macbeth.

Habitación Macbeth llegó a Cuba precedida de varias temporadas y de numerosos reconocimientos del teatro argentino en su haber: Los premios Trinidad Guevara de artes escénicas 2021, para el iluminador Horacio Novelle y Premio a la trayectoria teatral masculina, para Pompeyo Audivert; Premios ACE 2022 por “Actuación masculina, en obra para un solo actor”, y tres Estrellas de Mar 2022, en los rubros de Mejor Drama, Mejor Actuación protagónica y Mejor Iluminación, y Obra Destacada por la Escuela de Espectadores, en 2022. El artista disfrutó aquí la excelente respuesta del público y, para nosotros, ya es uno de los grandes momentos de este año teatral.


Notas:

[1] Invito al lector a leer el enjundioso estudio de Ana Durán: “Romper el espejo: Una mirada a Pompeyo Audivert”, Conjunto n. 135, ene.-mar. 2005, pp. 59-71.