En todas partes máquinas, y no metafóricamente: máquinas de máquinas, con sus acoplamientos sus conexiones. Una máquina órgano empalma con una máquina fuente: una de ellas emite un flujo que la otra corta. El seno es una máquina que produce leche, y la boca una máquina acoplada a aquella. La boca del anoréxico vacila entre una máquina de comer, una máquina anal, una máquina de hablar, una máquina de respirar (crisis de asma). De este modo, todo “bricoleurs”; cada cual sus pequeñas máquinas. Una máquina órgano para una máquina energía, siempre flujos y cortes. […] Algo se produce: efectos de máquina, pero no metáforas.[1]

El teatro es también una máquina (al parecer no hay nada que no lo sea) hacia afuera y hacia adentro. La máquina teatro es trans-histórica, sobrevive a la sociedad que la crea y atraviesa distintas épocas hasta nuestros días. Reinventada por los griegos como máquina social de escrutación poética, sagrada y profana, tuvo en sus comienzos procedimientos notables de alteridad metafísica que, más adelante, otras sociedades menos radiantes desecharon.

Asamblea metafísica

Máquina de pulso sacro profano que sondea reencarnación, presencia histórica enmascarada maquinando su sospecha existencial de máquina.

Si pensamos al teatro, más allá de los lenguajes y de las obras con que se enmascara, y lo consideramos solo como mecanismo, si notamos que su “ser” es solo detectable en la medida de su hacerse, bajo alguna identidad circunstancial artificial que reviste su estructura volviéndola invisible; es decir, si lo consideramos desde una perspectiva formal básica (máquina) más allá de lo representativo histórico ficcional con que se suele recubrir su operación, se revela de inmediato un sistema funcional que es profundamente temático de otro nivel significativo totalmente distinto al de la “obra de teatro” tal cual la concebimos habitualmente.

Ante todo, podemos decir que ese mecanismo formal que llamamos teatro es, más allá de las máscaras con que se invisibiliza, una operación ritual vinculada a la identidad poética, que los actores son el borde físico de dicha operación que está constituida, además, por el testigo del acto que la activa con su presencia, el espectador, y que esta experiencia ritual que suspende el tiempo, la presencia y el espacio, está en permanente relación con el nivel histórico pero que no es de allí, sino que utiliza a dicho nivel para manifestarse y expresarse. En fin, que el teatro es la “estructura-soporte” de una dinámica ritual poético-metafísica que, a su vez, es expresión de una zona dorsal de la identidad individual y colectiva que así se representa.

Una razón de fondo sorda y secreta vinculada a la estructura metafísica del acto teatral anima la escena máquina, y es que antes de tener máscara, tema aparente, o algún signo sobre el cual desarrollar una estrategia representativa poética, la escena ya significa en sí misma como mecanismo; es testimonio de una estructura de producción deseante, el esqueleto que sostiene el paisaje teatral, expresión de un nivel metafísico que quiere ponerse en juego.

(…) el teatro es la “estructura-soporte” de una dinámica ritual poético-metafísica que, a su vez, es expresión de una zona dorsal de la identidad individual y colectiva que así se representa.

Ese es el sentido de la máquina, su ser mecanismo de un deseo de producción anti-histórico que quiere a través de una política formal mantener su independencia y evitar la captura, alienación y codificación a que están expuestas todas las máquinas deseantes (que siempre son el alimento, el combustible del capitalismo que las degenera torciendo el deseo en goce furtivo, reproducción sintomática de la compulsión).

Creamos las máquinas teatrales para poner de manifiesto esa estructura metafísica del teatro, para ponerla en acción, desocultarla y entrar en relación con ella en la percepción de que allí se juega la identidad del acto teatral, su sentido existencial, y que esa identidad refiere la nuestra. Lo cual no quiere decir renunciar a lo histórico, a las convenciones y temáticas aparentes, sino situarlo de otra manera en la operación teatral, no ya como el sentido de base de la escena sino como materialidad carnada de una política de representación de la fuerza ausente.

La máquina es un mecanismo técnico teatral, unas reglas de juego que los actores asumen como asunto dramático y como forma de producción de la escena; es una mecánica formal, y también una política artística, un procedimiento que puede ser considerado como “obra de teatro”, pues los factores que la producen son siempre los mismos y se repiten cada vez que la escena máquina se representa. Pero a diferencia de la obra de teatro —donde dichos factores son el texto y la puesta, y están definidos como partitura— en la máquina, las palabras y los movimientos son distintos cada vez, pues en este caso son solo los efectos del sistema formal de juego, que es la causa de los acontecimientos escénicos. Las causas y cauces formales que la máquina establece y coordina, producen distintos efectos dramáticos, aunque de una misma naturaleza productiva.

La máquina es un mecanismo técnico teatral, unas reglas de juego que los actores asumen como asunto dramático y como forma de producción de la escena; es una mecánica formal, y también una política artística.

Improvisamos estableciendo consignas que rigen las dinámicas físicas de la escena (cuerpos, cuadro escénico, palabra) y producen las “circunstancias formales” donde se cruzan y trenzan el nivel sagrado y el profano que dichas circunstancias desencadenan a partir de su forma de producirse.

Nos interesa lo que sucede en esa encrucijada, la escena que se destila de los actores en esa red de acotamiento, por dónde se dispara la asociación en esa encrucijada, la teatralidad que se insinúa a partir de esa ortopedia, esa es la improvisación que practicamos, la que genera las condiciones de una afloración poética de los actores en una escena anti-histórica.

La máquina sospecha de las apariencias históricas, por eso sale a escena desenmascarada, sin temas aparentes ni circunstancias establecidas, ostentando como único dramatismo la cifra de su desamparo: su mecanismo de intemperie, su forma de producción en el vacío.

La escena máquina considera temática y dramática su propia encrucijada ortopédica, ella es en sí misma una circunstancia de sentido, una ofensiva vital de fuerzas originarias que se representan en la emergencia histórica, tendencias de otredad que quieren expresarse, identidad poética que quiere afirmarse a través de un mecanismo teatral que funciona como soporte del acto y que significa también en sus procedimientos, estrategias y dispositivos, la síntesis de las sedimentaciones y conquistas alcanzadas en su propio proceso histórico de máquina.

La máquina sospecha de las apariencias históricas, por eso sale a escena desenmascarada, sin temas aparentes ni circunstancias establecidas, ostentando como único dramatismo la cifra de su desamparo: su mecanismo de intemperie, su forma de producción en el vacío.

Cuando los actores se miran en la escena máquina, circula una extraña conciencia ampliada: “Nosotros otros”. Ese espíritu colectivo que se manifiesta en el acto teatral, ese “nos-otros” es lo que, a fin de cuentas, los actores y los testigos del acto (espectadores) quieren conectar.

Al actuar, se percibe al público como un ser que se ha desencajado de su nivel de realidad y acecha informe en las sombras, escrutando con nostalgia a través de la escena su propia unidad perdida; el teatro refiere siempre, más allá de la obra con la que se enmascare, a esa sospecha existencial, a esa identidad radiante, abierta y colectiva de la que fuimos expulsados cuando asumimos ser históricos y lapidamos la fuente con un espejo.

Vaciados del parásito del yo que aliena y lastra a su influjo unidimensional la estructura radial de la presencia, dotados de una técnica maquínica que constituye la orgánica ortopédica del acto, enmascarados de alguna identidad sustituta ficcional para concitar una unidad referencial de convención donde producir la rasgadura poética, los actores son la sonda, la escafandra, el vector, la piedra de toque de un rebote hacia una experiencia teatral de la sospecha existencial de la presencia individual y colectiva.

Los actores como punto de encaje, médium a partir del cual los espectadores prisman su mirada hacia una latitud de otredad. Las técnicas funcionales de la máquina sirven en todo caso para resaltar, poner de manifiesto y encausar, la extraordinaria resonancia metafísica del cuerpo del actor, cámara de ecos de la fuerza ausente, y para ayudarlo a construir su escena a salvo de los mitos productivos burgueses.

Cuando los actores se miran en la escena máquina, circula una extraña conciencia ampliada: “Nosotros otros”. Foto: Tomada del sitio Teatro Estudio El Cuervo

Ya en su comienzo la escena máquina cuenta con un dramatismo de fondo y un sentido metafísico proveniente de las coordenadas formales desde las que parte, no necesita coartadas temático históricas para alcanzar su posición teatral, no es eso lo que va a representar por más que lo aparente o lo construya como escafandra; lo dramático temático es su situación de producción aún antes de alcanzar un tema aparente: cartoneros metafísicos del fin del mundo buscando entre los restos de un paisaje derrumbado los persistentes fragmentos de un ímpetu abolido para encender su llama de otredad.

Lo que sucede en la máquina sucede por primera vez, lo que se dice nunca fue dicho, no es parte de la serie de proposiciones que agotan una temática de convención; todo es nuevo, y no porque se trate de una improvisación, sino porque sus efectuaciones son por completo impredecibles desde una imaginación histórica, no son subsidiarias de las lógicas lineales que rigen los devenires, las asociaciones y desencadenamientos dramáticos del teatro espejo, sino de un sistema rizomático de suceder que cruza distintos niveles (sagrados y profanos) y engendra así signos familiares y extraños a la vez. Familiares pues están hechos con materiales convencionales, fragmentos del mundo reconocibles, aun a pesar de estar desacoplados de las lógicas de las que formaban parte (como dijimos, la improvisación máquina rescata del nivel histórico unos temas, situaciones, gestos, frases, con los que construye y alienta su propia ilusión de realidad, se enmascara para entrar en relación con los espectadores que acechan en la adyacencia), y extraños porque participan a partir de la forma de producción que los agita, de un proyecto de significación o, mejor dicho, de expresión poética, que no tiene traducción en una lógica histórica.

La máquina produce en un punto de encaje ritual (el espacio escénico) una zona liberada, inmune a los mitos históricos de las formas de producción y los productos, una zona donde producción y producto son una misma cosa: la escena máquina, irreductible a las codificaciones, intensificadora y desmitificadora a la vez de la porción de realidad que afecta al representarse, pues su existencia pone en peligro la noción misma de realidad, ya que es más real su artificio (por lo que comporta su forma de producción) que la misma realidad que la rodea (por lo que comporta la suya). Un pulso de implicancia vertical y discontinuo impulsa a la escena en su vacío creado a tal efecto, una maniobra de actores en los bordes exteriores de la circunstancia histórica, en esa zona dorsal donde radia su influjo la fuerza ausente.

La máquina produce en un punto de encaje ritual (el espacio escénico) una zona liberada, inmune a los mitos históricos de las formas de producción y los productos, una zona donde producción y producto son una misma cosa.

La máquina crea una zona liberada, suspende la presencia histórica y crea un campo de realidad teatral soberano no representativo. ¿Qué se representa? Nada, no hay re-presentación, la escena no se monta en la suposición representativa, no es de allí de donde surge su sentido existencial; en todo caso lo que se re-presenta teatralmente es una naturaleza que ha sido exiliada y que quiere manifestarse y para hacerlo se vale de un sistema de producción maquínico teatral.

Si hay representación en un sentido histórico es solo un simulacro, la necesaria carnada que requiere el acto para concitar la unidad con el público, la construcción de una realidad referencial aparente hecha con los restos de un paisaje histórico derrumbado que funcionará como fachada donde anidar y parapetar las fuerzas poéticas que harán su irrupción a traición en cualquier momento.


Notas:

* El texto es un fragmento de El piedrazo en el espejo / Pompeyo Audivert. – 1a ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Libretto, 2019.

[1] Deleuze/Guattari. El Anti-Edipo. 1972.