De Talma a Stanislavski, de Artaud a Mijaíl Chéjov, de Barba a Santiago García, varios han sido los actores que, más allá de trabajar con vehemencia en el logro de una técnica particular, de un estado creativo capaz de responder a sus nociones, expectativas y maneras de entender el teatro, han sabido dejarnos un registro de tales búsquedas. Junto a su notable desempeño desde la escena, el testimonio de estos artistas constituye un valioso documento que trasciende el propio oficio, para convertirse en un cúmulo reflexivo de connotaciones ontológicas, políticas y éticas, ideas proyectadas e indisolublemente unidas al acto creativo en sí.

“El teatro es un arte de naturaleza a la vez histórica, metafísica y poetizante, y que por lo tanto debe buscar su vitalidad en el cruce de esas líneas de sentido existencial que lo atraviesan”.

De ahí que resulte habitual considerarlos verdaderos renovadores, rebeldes que se opusieron a las formas teatrales heredadas, descubridores de comportamientos y zonas hasta entonces no reveladas de manera consciente por el actor. Aunque comparto esos criterios, no me gusta pensar en esos desobedientes estallidos como meros actos de transgresión. Prefiero verlos como un tejido, una red de influencias y revelaciones que, si bien supo abrirse y continúa abriéndose hacia otras direcciones, parte de una misma madeja: ¿Cómo perfeccionar los medios expresivos del actor, su presencia, su capacidad para conectarse con el espectador en tanto filtro por el que pasan historias, ideas y sentimientos?

En ese sentido, hay mucho de Diderot en algunos postulados stanislavskianos, sobre todo en aquellos que hablan, precisamente, de la relación actor/público; Barba se llama a sí mismo, desde una perspectiva profesional y creativa, nieto de Meyerhold; al tiempo que el maestro Santiago García siempre manifestó el decisivo papel formativo que en sus búsquedas tuvo el actor y director japonés Seki Sano. Es decir, si bien podemos advertir en el legado de estos “parias” cierto espíritu de confrontación con lo precedente, en su esencia constituyen un cuerpo integrado; rápidos que, de vez en vez, agitan las aguas de un mismo río.

Escrito por el actor, director, docente y dramaturgo argentino Pompeyo Audivert, El piedrazo en el espejo: teatro de la fuerza ausente, es una nueva pendiente en ese cauce al que hago referencia. Publicado en 2019 por la editorial Libretto, el volumen constituye la sistematización de una poética en tanto conjunto de procedimientos técnicos y metodológicos que durante más de dos décadas, han constituido un importante frente creativo en Teatro Estudio El Cuervo, núcleo que lidera Audivert y en el que ha podido validar el eje que atraviesa su visión artística: “el teatro es un arte de naturaleza a la vez histórica, metafísica y poetizante, y que por lo tanto debe buscar su vitalidad en el cruce de esas líneas de sentido existencial que lo atraviesan”.

En virtud de esa premisa, el libro se divide en cuatro partes que, a modo de capítulos, argumentan y ejemplifican cada uno de esos vectores. Su autor realiza el desmontaje de su propio imaginario actoral y sus formas de producción, a partir de una perspectiva que se niega a copiar miméticamente la realidad en tanto constructo de discursos coloquiales o estériles calcos psicológicos.

“Lo poético constituye una especie de territorio metafísico donde el actor logra establecer un nexo con su naturaleza más profunda”. Foto: Tomada de fervor.com.ar

Audivert está decidido a romper con ese modelo transcultural de representación que él mismo denomina una “operación política encubierta”, fundamentos que, desde su óptica, responden a un corte histórico que pretende perpetuar la visión de una clase.

Como parte de ese deslinde, el concepto de organicidad que se propone como alternativa a lo representacional está asociado a una visión poetizante, o sea, una especie de pulso vital en el que se rompen las convenciones y se activan comportamientos que no correspondan con lo que se ve, sino con una zona más profunda del subconsciente, más desorganizada y enrarecida. Así, lo poético constituye una especie de territorio metafísico donde el actor logra establecer un nexo con su naturaleza más profunda. El teatro como fenómeno ritual, trance colectivo, territorio de fuerzas invisibles que nos habitan.

Audivert dedica dos sendos capítulos a explicar el funcionamiento de la palabra, el tratamiento de los temas y los códigos de escritura en sus espectáculos, elementos que, lógicamente, tienen características similares a su ideario escénico.

De manera que, una vez planteados tales fundamentos estéticos —a cuyo posicionamiento se suma la reflexión del actor y director Andrés Mangone—, el autor ensaya sobre los procedimientos formales (creación colectiva, improvisación, máquinas teatrales), mediante los cuales el actor puede alcanzar esa dimensión poética devenida accionar escénico.

Unido a ello, Audivert dedica dos sendos capítulos a explicar el funcionamiento de la palabra, el tratamiento de los temas y los códigos de escritura en sus espectáculos, elementos que, lógicamente, tienen características similares a su ideario escénico, en el sentido del quiebre temporal y espacial, la construcción de personajes ambiguos e inestables, o la presencia de una realidad histórica que nunca deja en claro su remitencia.

Como colofón, se agregan al volumen una serie de “Documentos internos” en los que se comparten cartas que contienen ideas y asociaciones del propio Audivert sobre su trabajo, notas de improvisaciones y operaciones para poner en práctica futuros proyectos.

“Como tantas veces ha ocurrido a lo largo de su historia, el espejo del teatro es nuevamente violentado”.

En este particular, recomiendo con sumo interés la entrevista que le realizara al autor la investigadora y dramaturga Nara Mansur, acuciosa pensadora de su labor, quien además motivó la organización de estos materiales e incluso, colaboró en su publicación definitiva.

Desde el diálogo ameno y reflexivo, se repasa la trayectoria, los motivos que llevaron al teatrista argentino a cuestionar su ser artístico para atrincherarse en una búsqueda ritual, los problemas inherentes a la creación y a los procesos. Una mirada, otra, que no sólo actúa como complemento, sino que enriquece, cual líneas en fuga, el testimonio que precede a la entrevista.

Llegado a este punto, quizá muchos se muestren un tanto incrédulos hacia la perspectiva metafísica, no ficcional e invisible que se recoge en las páginas de El piedrazo en el espejo…, sin embargo, les aseguro que lejos de resultar un bodrio teorético, gran parte del libro se centra en subrayar caminos y maneras que buscan desarrollar en el actor una capacidad de análisis que rehúye los estereotipos, el enfoque reproductivo, para alcanzar una mirada más integral, cuestionadora e inquietante de su oficio, sustentados por ejemplos y resultados concretos. 

Gran parte del libro se centra en subrayar caminos y maneras que buscan desarrollar en el actor una capacidad de análisis que rehúye los estereotipos, el enfoque reproductivo, para alcanzar una mirada más integral, cuestionadora e inquietante de su oficio, sustentados por ejemplos y resultados concretos. 

De reciente visita en la isla, Pompeyo Audivert logró conectar nuevamente sus ideas con actores y espectadores cubanos desde la realización de talleres o sobre la escena. Habitación Macbeth, unipersonal concebido a partir del texto shakespereano y presentado en la Sala Covarrubias hace pocas semanas, puede entenderse como la traducción práctica, en caliente, de todo lo que se expone en El piedrazo en el espejo…, de ahí que resulte un necesario y oportuno referente para todo aquel que desee ahondar en el ideario artístico del intérprete.

Como tantas veces ha ocurrido a lo largo de su historia, el espejo del teatro es nuevamente violentado. Inconforme con la imagen que refleja, el maestro Pompeyo Audivert busca rearmar desde esos fragmentos otra imagen posible de lo que podemos llegar a ser.

Entrar en ese juego, reconocernos en esos cientos de rostros, a veces invertidos, que refracta el cristal roto, es un impulso que tiene su origen en técnicas asociadas al pensamiento de Peter Brook, Tadeuz Kantor y Ricardo Bartis, a quienes el autor reconoce como influencias. Un ejemplo de que ese piedrazo ha sido un gesto heredado, reinterpretado, acompañado de nuevas certezas y enigmas. El piedrazo en el espejo… es eso, la validación de un quiebre siempre necesario. Un gesto que los amantes del teatro siempre debemos agradecer.