En Cuba hay nombres que trascienden por su pensamiento, pero otros perduran, además, por la manera en que lograron materializarlo.
Armando Hart Dávalos no fue solo un intelectual revolucionario; fue un hombre que entendió que la cultura no se decreta, sino que se construye escuchando. En Ciego de Ávila su huella no está solo en discursos o documentos, sino en un estilo de trabajo: ese respeto genuino por los creadores, esa curiosidad por las tradiciones locales y esa ética que convertía cada visita en un diálogo. Hoy, cuando el ruido amenaza ahogar las ideas, volver a Hart es recordar que la cultura es el alma de la patria, pero solo si se cultiva con las manos abiertas.
Hart no llegaba a Ciego de Ávila con recetas impuestas. Llegaba preguntando. Se interesaba por el sitio histórico de Lázaro López, por la Trocha de Júcaro a Morón, por los proyectos que tejían identidad en nuestros municipios: el conjunto XX Aniversario en Majagua, la Danza de la Cinta en Baraguá, los jóvenes de la Asociación Hermanos Saíz o el quehacer de la Sociedad Cultural José Martí. Admiraba a quienes, como Santos García Simón, fundador de la Dirección Provincial de Cultura, trabajaban desde la modestia y el compromiso. Para Hart la cultura no era un espectáculo, sino un encuentro: con la historia, con la gente, con esas raíces que —como él repetía— son “escudo y espada de la nación”.
“Armando Hart Dávalos no fue solo un intelectual revolucionario; fue un hombre que entendió que la cultura no se decreta, sino que se construye escuchando”.
Un momento revelador ocurrió durante un acto en el Teatro Principal, con Agustín Delgado (entonces secretario general del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Cultura) presente. Cuando Hart entró, el público —habaneros y avileños por igual— le dedicó un aplauso prolongado. No era un homenaje protocolario; era el reconocimiento a quien, incluso como ministro, nunca dejó de ser compañero. En sus discursos, Hart insistía en algo urgente: “Salvar la cultura es salvar la Revolución”. Pero esa salvación, para él, pasaba por defender lo auténtico: la tradición popular, la creación joven, el debate franco.
Los que crecimos en el sector cultural sabemos que Pasión por Cuba no es solo un libro; es un manual de supervivencia ideológica. Hart, desde su juventud en la Campaña de Alfabetización hasta su labor ministerial, demostró que la cultura y la educación son la misma trinchera. En tiempos donde lo inmediato nos distrae, releerlo es encontrar claves para entender y soñar.
Hart murió en 2017, pero en Ciego de Ávila —en sus espacios culturales, en sus artistas, en ese respeto que aún inspira— sigue vivo. Su legado es un llamado a gobernar con los oídos, a entender que la cultura no es ornamento, sino oxígeno. En un mundo de consignas vacías, su ejemplo grita: la Revolución, para perdurar, debe ser tan diversa, crítica y apasionada como el pueblo que la sostiene.