En marzo del 2023 vio la luz un libro nacido a raíz de una conferencia ofrecida por la escritora y filósofa estadounidense Susan Neiman en la Universidad de Cambridge. Desde entonces, el título ha cursado un camino no exento de polémica, contrastado por la realidad y las múltiples aprehensiones que de ella se hacen. Left Is Not Woke (Izquierda no es woke), en palabras de su autora, se erige en una reflexión sobre cómo quienes se identifican como de izquierdas han abandonado ideas fundamentales que cualquier persona de izquierdas debería defender.

En la base de dichas ideas están el rechazo al tribalismo (esgrimido en la defensa de aspectos raigales a colectivos específicos en detrimento de los generales), el rescate de las ideas de la ilustración y su consiguiente puesta en valor, el desenmascaramiento de los referentes teóricos sustentados por buena parte del activismo woke, de la estigmatización de lo woke por parte de la derecha para desprestigiar a la izquierda y la concientización sobre qué significa ser de izquierdas, a día de hoy.

Para Neiman el compromiso con el universalismo, la justicia y el progreso son deudas pendientes en la contemporaneidad.

Para la Doctora en Filosofía de la Universidad de Harvard, quienes se adscriben a esa ideología (o se identifican como progresistas, de forma general) han abandonado el compromiso con el universalismo, la distinción clara entre la justicia y el poder y la capacidad de progreso. En un mundo donde la radicalización sobrepasa el análisis y el pensamiento crítico, el compromiso con los derechos humanos y defensa no debería ser un exordio tan difícil de asumir para lo que se considera la izquierda, aún dentro de su marcada heterogeneidad.

“(…) está claro que ni la política identitaria ni la woke se utilizaron con los matices que requerían. Ambas se volvieron divisivas, y generaron un alejamiento que la derecha empezó a explotar rápidamente. Las universidades y empresas son más proclives al exceso woke que las organizaciones comunitarias que trabajan sobre el terreno. Los usos más abusivos de la palabra son los del capitalismo woke, que se aprovecha de la exigencia en pro de la diversidad con el fin de aumentar beneficios (…) Pero incluso sin la explotación directa de lo que en un principio fueron unos objetivos progresistas, lo woke se ha convertido en una política de símbolos en lugar de serlo del cambio de social”.[1]

Los peligros, afirma, no se evitan fingiendo que lo woke no es un problema o un fantasma inventado por la derecha para socavar toda demanda de justicia social. Si los de izquierda no son capaces de denunciar el exceso de lo woke, concluye, no solo seguirán sintiéndose políticamente desamparados, su silencio arrojará a aquellos cuya brújula política no es tan nítida en brazos de la derecha.

En aras de enfrentar la radicalización política, tal contenido nace del reconocimiento de varias insuficiencias en las cuales, sin embargo, la autocrítica solo aparece por momentos:

“Lo confuso sobre el movimiento woke es que nació de emociones tradicionalmente de izquierdas: la empatía con los marginados, la indignación ante la difícil situación de los oprimidos, la determinación de que los errores históricos deben ser corregidos. Estas emociones, sin embargo, se malogran debido a una serie de supuestos teóricos que acaban por socavarlas. La teoría constituye un concepto tan nebuloso y moderno que incluso se ha utilizado para lanzar una línea de moda, pero si bien hoy la palabra carece de un contenido claro, lo cierto es que sí tiene una dirección”. [2]

“(…) lo woke se ha convertido en una política de símbolos en lugar de serlo del cambio de social”.

De la teoría a la práctica, y viceversa

Envestido en el ámbito académico, Neiman revisa dos puntos concomitantes en el ascenso woke y en la ausencia de una reflexión consciente de muchas de las bases en tal escenario. Por un lado, el visto acrítico de autores como Michael Foucault y Carl Schmitt, cuya admiración encara un desafío, una contradicción enmarcada en una sinécdoque de intenciones en la cual no se pueden defender honestamente los presupuestos que ensalzan. Por otro, la pervivencia de la sociobiología y la psicología evolutiva para enmascarar y justificar el ascenso neoliberal y las normalizaciones de sus presupuestos en el ámbito cultural.

En el caso de Schmitt, la no condena y aprehensión del nazismo, y en el de Foucault, un rejuego voluntarioso en el cual disfrazaba la fuerza de sus puntos de vista generales tras una falsa modestia: “Se negaba categóricamente a dar razones de sus opiniones políticas, afirmando que las razones no eran más que racionalizaciones interesadas” [3] Al decir de Jean Améry:

“Es muy difícil entenderse mediante el sentido común con hombres como Michel Foucault. Casi siempre se sale perdiendo, aunque solo sea porque sus visiones estructurales son más estéticamente atractivas que las del racionalismo crítico. Pero negar por completo el progreso y encogerse de hombros ante todas las reformas es un error e incluso me atrevería a decir que es reaccionario”. [4]

De mano con ello, el avance de la psicología evolutiva y su tránsito y establecimiento como un hecho más en la contemporaneidad, amén al despojo de la crítica y el cuestionamiento de sus bases ante el auge del neoliberalismo en la década de 1980 y la hegemonía capitalista en la década siguiente. Ante la falta de evidencias tangentes, el constructo teórico se rearmó con más fuerza en la sociobiología con el arribo del nuevo milenio: “No es una coincidencia que la psicología evolutiva, que plantea la competición constante como el modo natural de la acción humana, se convirtiera en la principal explicación de nuestro comportamiento a partir del fin de la Guerra Fría. La psicología evolutiva pareció proporcionar una base científica, o al menos un respaldo, para el neoliberalismo emergente como única teoría económica/política que quedó en pie tras la caída del muro de Berlín. Más importantes que las políticas de mercado concretas son sus suposiciones generales sobre la naturaleza humana”. [5]

“Los woke, obviamente, se oponen al neoliberalismo. Pero al haber estado influenciados por teorías basadas en supuestos tan similares no han cuestionado la teórica ciencia que tácitamente lo respalda”.

La sociobiología, antecesora de la psicología evolutiva, concluía que toda conducta humana está impulsada por el interés en maximizar nuestras posibilidades de reproducción. Tras un estancamiento y el consenso de la falta de pruebas en esa tendencia se fue armando la armazón de la psicología evolutiva ante el arribo del nuevo milenio. Arropada con un discurso de objetividad y la adopción de categorías psicológicas, esa tendencia llevaba a los mismos fines: la perpetuación de mecanismos egoístas para el propio beneficio. Y ello actualmente ofrece premisas de la conducta humana que la mayoría de las personas da por buenas, con independencia de la postura política. La protección de lo propio, según esa teoría, está escrito en los genes. Para la autora, la aceptación acrítica de esos enunciados conduce a más de un problema, en especial cuando se presenta de forma consistente como una ciencia exacta:

“Sin embargo, una izquierda más crítica podría haberse preguntado cómo la ideología de la psicología evolutiva pudo haber renacido de las ruinas de la sociobiología y florecer en forma de consenso al final de la Guerra Fría. Una visión de la naturaleza humana vinculada a un ciclo de eterna competición se ajusta a las necesidades de un mundo en el que, en palabras de Margaret Thatcher, ‘no hay alternativa al neoliberalismo’. No es necesaria ninguna teoría de la conspiración para formular la pregunta: ¿acaso no era el momento perfecto para unirse en torno a una visión del mundo en la que el altruismo se considerara un problema? Los woke, obviamente, se oponen al neoliberalismo. Pero al haber estado influenciados por teorías basadas en supuestos tan similares no han cuestionado la teórica ciencia que tácitamente lo respalda. Si aceptas los relatos filosóficos de la omnipresencia del poder, ¿cómo no te va a gustar la psicología evolutiva?” [6]

Por ello no resulta extraño que tal rama se convirtiera en la principal explicación de nuestro comportamiento a partir del fin de la Guerra Fría: pareció brindar una base científica, o al menos un respaldo para el neoliberalismo emergente como única teoría económica-política en pie tras la caída del muro de Berlín con unas suposiciones nada menos que interesantes sobre la naturaleza del comportamiento humano. Para el teórico político Richard Tuck, en los fundadores de la economía moderna y en sus seguidores, más allá de la apariencia de objetividad, estaba la construcción de una filosofía moral.

Víctimas y/o victimarios. Ofendidos y/u ofensores

La reescritura del lugar de la víctima es uno de los puntos básicos en el ensayo de Neiman. Tal condición, explica, comenzó partiendo de la generosidad y se volvió directamente perverso, un caché que en la actualidad se ha instituido en la proclamación de un origen más desdichado para garantizar una nueva forma de estatus:

“(…) al margen de esos impostores, la valorización de la víctima genera problemas. Lo que se ha dado en llamar ‘Olimpiadas del Victimismo’ ha alcanzado ya dimensiones internacionales. El llamamiento a recordar pretendía, en su día, traer a la memoria hechos e ideales heroicos; ahora, el ‘¡Nunca olvidaremos!’ constituye un requerimiento para recordar el sufrimiento. Sin embargo, soportar el sufrimiento no es de ningún modo una virtud, y rara vez genera alguna. El victimismo debería servir para legitimar reivindicaciones de restitución, pero una vez empezamos a ver el victimismo per se como la moneda del reconocimiento, vamos camino de desvincular por completo el reconocimiento, y la legitimidad, de la virtud”. [7]

“(…) preferiría volver a un modelo en el que tus reivindicaciones de autoridad se centren en lo que has hecho en el mundo, no en lo que el mundo te ha hecho a ti”.

Desde el “ser víctima en sí mismo no es un honor”, de Jean Améry y las consideraciones de cómo el trauma conduce a una política de expresión personal y no de cambio social, de Olúfémi Táíwò, la autora afirma las posiciones que refutan afirmaciones de la epistemología de la perspectiva, en las cuales se enfatiza las formas en que nuestra posición social afecta nuestras afirmaciones respecto al conocimiento.

“Personalmente, preferiría volver a un modelo en el que tus reivindicaciones de autoridad se centren en lo que has hecho en el mundo, no en lo que el mundo te ha hecho a ti. Eso no significa devolver a las víctimas al basurero de la historia. Nos permite honrar la preocupación por las víctimas como una virtud, pero sin sugerir que la condición de víctima también lo sea”. [8]

El giro hacia la derecha de la política israelí llevó al Estado a adoptar una política deliberada de instrumentalización de la memoria del Holocausto para desviar toda crítica a la ocupación, ejemplifica la investigadora. Ello ha sido más que evidente tras los sucesos tras el 7 de octubre del 2023. Desde ese marco y con el eje terrorismo-seguridad nacional, se ha instrumentalizado un corpus en el cual, entre otros elementos, no se cuestiona la ocupación de Cisjordania, la situación en Gaza o la extensión regional del conflicto. Añadido a ello, y aún en vista de la masacre televisada, persiste una indiferencia sustantiva en aquellos defensores de la democracia, quienes no se ruborizan al comparar la oposición al sionismo con el antisemitismo.

“La valorización de la víctima está muy extendida en la Alemania contemporánea, el primer país del mundo que comenzó a llevar a cabo una exhaustiva evaluación de sus crímenes históricos. Dicha evaluación fue lenta, intermitente y, a menudo, renuente, pero para el siglo XXI llegó a alcanzar un consenso nacional: la culpa por el Holocausto es clave para cualquier relato de la historia de Alemania. No cabe duda de que este movimiento progresivo representó una mejora sobre cualquier alternativa posible. Sin embargo, al convertir la relación entre las víctimas judías y los perpetradores alemanes en un elemento central en la autoimagen de Alemania, los alemanes quedaron incapacitados para ver a los judíos como otra cosa aparte de víctimas”. [9]

“(…) la vehemencia de los argumentos woke sobre la importancia de los pronombres es la expresión de personas que temen poseer escaso poder para cambiar cualquier otra cosa”.

Neiman destaca también la irrupción del falso universalismo, el intento de imponer ciertas culturas a otras en nombre de una humanidad abstracta que solo refleja la época, lugar e intereses de una cultura dominante, en especial en nombre de un globalismo corporativo que intenta convencernos de que la clave de la felicidad humana es un inmenso centro comercial universal. El giro de la izquierda hacia el tribalismo, comenta, resulta trágico en particular debido a la oposición al pensamiento tribal en todas sus formas que enarbolaron los movimientos anticolonialistas y por los derechos civiles. Esa tendencia configura un juego peligroso habida cuenta de que si las reivindicaciones de las minorías no son consideradas como derechos humanos, sino como derechos de grupos particulares, entonces no habrían ataduras para que una mayoría insista en los suyos. A ello se suman las apreciaciones mediante las cuales se divide a los miembros de un grupo bajo la sinécdoque de “conmigo o contra mí”, entre aliados y el resto, una perspectiva que socava las bases de la solidaridad y va contra lo que la autora interpreta como ser de izquierda.

“Hace tiempo que sabemos que lo personal es político, pero cuando solamente lo personal es político es que hemos renunciado a la esperanza. Cambiar los pronombres quizá se perciba como un cambio radical, pero la vehemencia de los argumentos woke sobre la importancia de los pronombres es la expresión de personas que temen poseer escaso poder para cambiar cualquier otra cosa. Yo he defendido aquí que tenemos la obligación de esperar algo más. El argumento es sencillo: si carecemos de esperanza, no podemos actuar con convicción y energía. Y si no podemos actuar, todas las predicciones de los agoreros se harán realidad”. [10]

El abandono de la Ilustración

La desestimación de muchas de las concepciones de la Ilustración junto a la impronta de sus autores más representativos está relacionada con las intenciones para rescribir la historia que abrazan muchos representantes woke. En tales apreciaciones, algunos consideran a todos los no europeos, en especial a los pueblos indígenas, como fuente de todas las virtudes y dejan a los europeos sin ninguna.

En palabras de Amílcar Cabral:

“Sin ninguna duda, la subestimación de los valores culturales de los pueblos africanos, basada en sentimientos racistas y en la intención de perpetuar la explotación extranjera de los africanos, ha hecho mucho daño […] pero la aceptación ciega de los valores de la cultura, sin tomar en consideración los elementos real o potencialmente regresivos que contiene, no sería menos perjudicial para África que la infravaloración racista de la que ha sido objeto la cultura africana”. [11]

“Todas las formas de explotación son idénticas porque todas se aplican contra el mismo objeto: el ser humano”.

A la desestimación de pensadores de color universalistas contemporáneos se le añade la ignorancia de los elementos universalistas del pensamiento antirracista y anticolonialista clásicos. “Todas las formas de explotación son idénticas porque todas se aplican contra el mismo objeto: el ser humano”, afirmó Frantz Fanon. La sustitución de un elemento por otro no anula los resultados. En tal sentido la confusión de la apropiación cultural y de la explotación cultural debe evitarse pues censurar la primera es también una forma de sabotear la fuerza cultural, limitando que solo representantes de un determinado grupo de origen sean los únicos capacitados y garantes de poder acceder a una forma determinada de cultura.

“Los filósofos de la Ilustración eran perfectamente conscientes de que la razón tiene límites, solo que no estaban dispuestos a tolerar que fueran la Iglesia y el Estado quienes los marcaran. Hemos heredado sus ideas hasta tal punto que ya no somos capaces de ver lo radicales que fueron, ni lo sumamente necesarios que todavía siguen siendo. En una era de máxima censura y extendido analfabetismo, la afirmación de que cualquiera, con independencia de su posición social, tenía derecho a pensar era explosiva, y las autoridades eclesiásticas emplearon su inmenso poder para eliminarla por la fuerza. Hoy en día, las autoridades ofrecen un aspecto distinto: los expertos económicos afirman que ‘no hay alternativa al neoliberalismo’ y apoyan la supuesta naturalidad de su ideología en la teoría evolutiva. Los pensadores de la Ilustración nunca consideraron que la razón fuera ilimitada; simplemente se negaron a dejar que las autoridades pusieran los límites a lo que podemos o no pensar”. [12]

“Los pensadores de la Ilustración nunca consideraron que la razón fuera ilimitada; simplemente se negaron a dejar que las autoridades pusieran los límites a lo que podemos o no pensar”.

De conjunto a los ejemplos sobre cómo en su tiempo fueron capaces de oponerse al colonialismo y el racismo con sus sesgos y limitaciones inherentes, Neiman ofrece una muestra de cómo se malinterpreta el discurso de un escritor como Jean-Jacques Rousseau: “(…) nos mostró hasta qué punto inferimos nuestras perspectivas del mundo y esperanzas políticas a partir de una prehistoria que nunca podremos conocer. Pero rara vez se presta atención a esa parte del argumento de Rousseau. En su lugar, su visión se distorsiona para afirmar que en estado natural, los seres humanos son buenos por naturaleza. Él no dijo eso, sino que la humanidad anterior a la civilización era moralmente neutral, y poseía dos características que compartía con la mayor parte de los animales: un instinto piadoso y un deseo de libertad. Ambas inclinaciones pueden ser destruidas por una educación y unas estructuras sociales equivocadas. Sin embargo, dadas las condiciones adecuadas, ambas constituyen la base de un comportamiento decente”. [13]

Left or…

En el último capítulo de su ensayo, Susan destaca la necesidad de valorar los avances realizados en diferentes ámbitos sociales y continuar dando la batalla en pos del mejoramiento humano. Dichas conquistas, por supuesto, no son homogéneos ni tienen la misma extensión, pero su abandono y desestimación tampoco forma parte de la solución, en especial cuando nos adentramos en un sistema contemporáneo en el cual desde el primer mundo la voz de la razón parece pertenecer a la derecha ante las diatribas woke, reducidas en número, pero extensas en alcance y difusión, sobre todo cuando se emplean como medio para socavar avances y conquistas, tradicionalmente asociadas con la izquierda. El supuesto que diferencia a la izquierda de cualquier forma de liberalismo es la idea de que los derechos sociales no son menos derechos humanos que los políticos, afirma la autora.

“Puede sostenerse que la teoría es secundaria; por supuesto que los activistas woke buscan solidaridad, justicia y progreso. Sus luchas contra la discriminación se inspiran en esas ideas. Pero no logran ver que las teorías que abrazan socavan sus propios objetivos. Sin universalismo no hay argumento contra el racismo, solo un grupo de tribus compitiendo por el poder. Y si eso es a lo que llega la historia política, no hay forma de mantener una idea sólida de justicia. Pero sin unos compromisos para fomentar la justicia universal, el esfuerzo por el progreso no es coherente”. [14]

“Sin universalismo no hay argumento contra el racismo, solo un grupo de tribus compitiendo por el poder”.

La extensión de la psicología evolutiva y su estatus de ciencia canónica (sin serlo) independientemente de inclinaciones políticas, es una muestra de cómo la construcción de referencias permea la aprehensión de la realidad. En ese contexto Izquierda no es woke, se erige en una reflexión sobre qué es la izquierda desde las antesalas de la reacción al progresismo a ultranza, falto de compromiso, estudios y lecturas básicas, que asume como presupuestos ideas ajenas a lo que supuestamente debe defender, amén de la anuencia a exacerbar la división y la falta de diálogo: una postura de radicalización no muy diferente a la radicalización que en nombre de la normalidad encaran muchos de sus opositores.

“Pero incluso aquellos que nunca han abierto un libro de filosofía nadan en esas corrientes ideológicas que nos rodean. Las ideologías florecen porque la gente quiere explicaciones generales de cómo funciona su mundo, y cuanto más simples mejor. Las ideologías contemporáneas dominantes se combinan para crear un universalismo fraudulento que reduce toda la complejidad del deseo humano al ansia de riqueza y poder. Basándose, según afirma, en la economía, la filosofía y la biología, la ideología del interés propio condena cualquier otro motivo de la acción humana a no ser más que mero autoengaño o cínica manipulación”. [15]

Tal visión, no obstante, no debe excusar la reflexión de la izquierda desde su propio seno, por tradición, heterogéneo y con cabida para un amplio número de supuestos representantes que, afianzados en el compromiso universal de una ideología o conjunto de ideologías afines, continúan sin progresar y sin autocrítica, en manos de exégetas diestros en hablar en nombre de otros, firmes creyentes en el enérgico compromiso de una causa (cualquiera al vuelo) sin dejar de ser amigos de lo ajeno. Allende a la colonización de ideologías de derecha en su pensamiento, lo woke también entraña un desafío para la izquierda desde la revisión de sus presupuestos fundamentales.

“(…) estamos viviendo unos tiempos en los que las coaliciones son bastiones absolutamente necesarios contra el protofascismo que está en auge en todo el mundo y amenaza derechos políticos fundamentales en todas partes. Todos los que quieran preservarlos deberían colaborar, sea cual sea el nombre que den a su postura política. Este libro ofrece unas ideas filosóficas básicas en torno a las cuales pueden unirse todos los demócratas de verdad: el compromiso con la posibilidad de progreso, con la justicia y con el universalismo”. [16]

El cómo de la realización de tales motivos no aparece explayado en el libro, como tampoco se detallan otras contradicciones del sistema en el cual se sostiene. Allí se dibuja el límite del texto de Neiman, una demarcación tácita en el marco analítico de su objeto de estudio, pero oportuna, a fin de cuentas, en especial cuando intenta aclarar lo que considera como una confusión con quienes mezclan izquierda con woke: una confusión que desacredita a la primera en varios ámbitos.


Notas:

[1] Neiman, Susan (2024). Left Is Not Woke. Penguin Random House. Grupo Editorial, p.8.

[2] Ibídem, p. 12-13.

[3] Ibídem, p. 79.

[4] Améry Jean (1977). “Michel Foucault’s Vision des Kerker-Universums”, en Merkur, Stuttgart, Klett-Cotta.

[5] Neiman, Susan (2024). Left Is Not Woke. Penguin Random House. Grupo Editorial, p.159.

[6] Ibídem, p. 106.

[7] Ibídem, p. 27.

[8] Ibídem, p. 29.

[9] Ibídem, p. 60.

[10] Ibídem, p. 167.

[11] Cabral, Amílcar, citado en Táíwò, Olúfémi (2022). Elite Capture: How the Powerful Took Over Identity Politics (And Everything Else), Chicago, Haymarket Books, p. 20.

[12] Neiman, Susan (2024). Left Is Not Woke. Penguin Random House. Grupo Editorial, p. 80-81.

[13] Ibídem, p. 94.

[14] Ibídem, p. 126.

[15] Ibídem, p. 168.

[16] Ibídem, p. 151.

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