Más allá del impacto que ha tenido La Edad de Oro en el sistema de valores de la educación cubana, también tradicionalmente ha servido a nuestros niños para aprender a leer, para fijar la gramática y para desarrollar estructuras lingüísticas complejas. Pero, de este hermoso y variado conjunto quiero acercarme de manera especial al poema “Los zapaticos de rosa”, porque en literatura es la poesía la que mejor trasmite y fija los valores e ideales de la idiosincrasia de los pueblos. Diría que este poema de Martí es para los niños cubanos, lo que Ilíada era para los niños griegos o lo que la Eneida para los niños romanos, porque a través de sus versos muchos niños han adquirido —sin saberlo— el sentido de lo artístico, han aprendido a recitar, encantados por su musicalidad, y se han identificado con los valores éticos presentes en el poema.

“La heroína martiana (…) no viene a padecer, sino a compadecerse con los que sufren y no viene a ser grande, sino a despojarse de todo su orgullo, a avergonzarse de la vanidad de su clase”.

Pero, en cuanto a la formación de valores, los ideales presentes en “Los zapaticos de rosa” son más nobles que los griegos o que los latinos. Si los héroes de la antigüedad vienen a enarbolar el orgullo de una clase aristocrática; a defender el derecho del linaje; a enseñar la grandeza de un pueblo por la destreza en la guerra; a conmover con el padecimiento de un héroe en su viaje de crecimiento; la heroína martiana, por su parte, no viene a padecer, sino a compadecerse con los que sufren y no viene a ser grande, sino a despojarse de todo su orgullo, a avergonzarse de la vanidad de su clase. Este es el hermoso mensaje de Martí para los niños de nuestra América.

Sin embargo, si analizamos el contexto en que fue escrito el poema resalta un elemento que es común a las crónicas norteamericanas: es un texto que está dirigido a un público hispanoamericano al cual se pretende enseñar sobre el carácter maravilloso y terrible de la sociedad norteamericana, prevenir sobre sus defectos y aconsejar la adopción de la virtud.

Por lo anteriormente dicho, no resultaría raro que un poema para los niños de nuestra América, escrito en Nueva York, esté dedicado a una niña neoyorquina, —a Mademoiselle Marie—, María Mantilla, y que los hechos narrados hayan sido ambientados también en una playa de Nueva York.

José Martí y María Mantilla, la niña amada del Apóstol, a quien entregó amor y dedicación paterna. Imagen: Tomada de BNJM

Salvador Arias, quien tuvo en cuenta una carta de José Martí en que refiere haber pasado el día en Bath Beach, a poca distancia de Coney Island, asume que la playa que dio origen al poema es esa. Sin embargo, ofrecía, como pre-textos más probables del argumento, dos crónicas cercanas en el tiempo a la publicación del poema. La primera de ellas, escrita el 3 de agosto de 1888, titulada “Por la Bahía de Nueva York”, sitúa dicha playa en Athlantic City, y la segunda del 8 de julio de 1889, “Un verano en Nueva York”, la sitúa en Coney Island.

Un texto más lejano en la cronología pero que igualmente posee algunos puntos de contacto muy interesantes con “Los zapaticos de rosa” es “Coney Island” (1881), ya icónico dentro del conjunto de las crónicas norteamericanas y que es el que pretendo abordar. Si se considerara este texto como un precedente para la elaboración del poema se extendería con mucho el espacio temporal de concepción del mismo. Dos de las imágenes que acompañan al poema forman parte de un libro de Ilustraciones de Adrien Marie titulado Une journé d`Enfant, publicado en París en 1878 y en 1889, pero que, según conjeturas del investigador Alejandro Herrera Moreno, probablemente Martí haya utilizado la edición de 1883, publicada en Nueva York, con el título The Child´s Day que recibió una elogiosa reseña, en 1884, en una de las revistas que Martí seguía: el Harper’s New Monthly Magazine. Si estos elementos no fueran más que sospechas, permitirían realmente considerar una extensión del período de inspiración y elaboración del poema. Lo cierto es que, en todo caso, las coincidencias con “Coney Island” de 1881, nos impiden desechar del todo su pertenencia a las fuentes de “Los zapaticos de rosa”.

“Lo que resulta innegable es que lo escrito en esos periódicos (…) pretende desmentir la propaganda que se da al balneario como paraíso neoyorkino y orientar y alertar, a los lectores americanos, sobre la realidad de la sociedad estadounidense”.

Uno de los principales problemas que debe enfrentar el investigador es la datación del texto y con ello la localización de las fuentes referidas en el mismo pues en él se describe la vida durante el verano, y su única publicación conocida hasta el presente se corresponde al mes diciembre[1]. El atraso en su publicación puede desorientar en la búsqueda de las fuentes utilizadas para la elaboración de la crónica, porque el texto remite, inequívocamente, a “los periódicos norteamericanos” que “vienen llenos de descripciones hiperbólicas” sobre Coney Island y a los “periódicos franceses” que “se hacen eco de esta fama”, periódicos que probablemente, harían sus propagandas y reseñas durante el verano. Podría sospecharse, que la ausencia de estas referencias pone en cierta desventaja a los lectores de hoy, con respecto a algunos lectores contemporáneos de Martí que sí estaban leyendo las maravillas de Coney Island. No obstante, la calificación de “hiperbólicas” para las descripciones de los periódicos que aún no poseemos, aclara por adelantado que los criterios que Martí desarrollará en el cuerpo de su artículo pertenecen a su propia observación y no a una reelaboración crítica a partir de artículos leídos. Lo que resulta innegable es que lo escrito en esos periódicos representa una de las motivaciones esenciales para la escritura de este texto, pues en él pretende desmentir la propaganda que se da al balneario como paraíso neoyorkino y orientar y alertar, a los lectores americanos, sobre la realidad de la sociedad estadounidense.

Lo primero que se advierte es la función orientadora del lector, pues comienza su exposición expresando una verdad que proclaman todos los periódicos: la grandeza de Los Estados Unidos del Norte. A continuación, agrupa una serie hipótesis disyuntivas que de manera ascendente, van perfilando su posición con respecto a los Estado Unidos: “Si hay o no en ellos falta de raíces profundas; si son más duraderos en los pueblos, los lazos que ata el sacrificio y el dolor común, que los que ata el común interés; si esa nación colosal, lleva o no en sus entrañas elementos feroces y tremendos; si la ausencia del espíritu femenil, origen del sentido artístico y complemento del ser nacional, endurece y corrompe el corazón de ese pueblo pasmoso, eso lo dirán los tiempos”.

Resulta fácil inferir que lo que se va a presentar es un pueblo falto de raíces, unidos por lazos perecederos; poseedores de elementos feroces y tremendos, y que falto del espíritu femenil, tiene endurecido y corrompido el corazón.

Lo que asombra allí, según Martí, es esa expansividad anonadadora e incontrolable, firme y frenética, y esa naturalidad en lo maravilloso. Precisamente, esta es la Nueva York maravillosa y terrible que se expande toda hacia la playa cuando hay sol bueno y la playa está muy linda. Otro fragmento de la crónica que posee gran similitud con lo referido en el poema es el siguiente: “Montan estos en amplios carruajes que los llevan, a la suave hora del crepúsculo, de Manhattan a Brighton”, que recuerda los versos: “Y por si vuelven de noche/ de la orilla de la mar/ para la madre y Pilar/ manda luego el padre el coche”.

Niñas en el mar, obra de Joaquín Sorolla, trasmite la poética de la crónica norteamericana. Imagen: Tomada de WordPress

Pero todo no es alegría en este contexto. Una descripción de Gable, área principal del Balneario de Coney Island dice: “es Gable, donde las familias acuden a buscar, en vez del aire mefítico y nauseabundo de Nueva York, el aire sano y vigorizador de la orilla del mar, donde las madres pobres —a la par que abren, sobre una de las mesas que en los salones espaciosísimos hallan gratis, la caja descomunal en que vienen las provisiones para el lunch— aprietan contra sus senos desaventurados pequeñuelos, que parecen como devorados, como chupados, como roídos, por esa terrible enfermedad de verano, que siega niños como la hoz siega la mies, —el cholera infantum”.

Toda esta descripción recuerda mucho los versos en que la madre pobre se presenta ante la madre de Pilar: “yo tengo una niña enferma/ que duerme en un cuarto oscuro/ y la traigo al aire puro/ a ver el sol y a que duerma”. Relacionar ambas lecturas permite suponer ciertos detalles que Martí debe omitir en el poema como qué enfermedad tiene la niña a la que Pilar regala sus zapatos, por ejemplo.

Pilar es el ejemplo para nuestros pueblos, que “devorados por un sublime demonio interior, que nos empuja a la persecución infatigable de un ideal de amor o gloria; y cuando asimos, con el placer con que se ase un águila, el grado de ideal que perseguíamos, nuevo afán nos inquieta, nueva ambición nos espolea, nueva aspiración nos lanza a un nuevo vehemente anhelo, y sale del águila presa una rebelde mariposa libre, como desafiándonos a seguirla y encadenándonos a su revuelto vuelo”.

El “águila presa” de la cual sale “una mariposa rebelde libre”, la misma mariposa que al final del poema observa desde su rosal los zapaticos de los cuales se despojó Pilar, deja de “ser un águila presa” turbada “por el ansia de posesión de fortuna”.

Quiero concluir proponiendo la lectura del poema como la lectura de una crónica, más allá de su estructura, una crónica para orientar a los niños de América. Pasados 129 años de su publicación —en septiembre 1830—, y pasadas incontables águilas por el mar, el aliento misterioso de estos versos no se diluye en las lecturas sagaces de la crítica o en los afortunados hallazgos de datos extra textuales o de análisis que diseccionan el texto y lo desacralizan, como este de considerar a Coney Island el posible escenario de un poema infantil.


Notas:

[1] En el semanario de Bogotá, La Pluma