He acudido a la muestra personal del artista Yoelvis Chío titulada Hecho en el cielo, un conjunto de piezas concebidas solamente para el espacio virtual de las redes sociales. La exposición, no obstante, es reconocida por el Centro Provincial de Artes Visuales de Villa Clara y por la Galería Carlos Enríquez de Remedios, instituciones que auspician este despliegue de propuestas. La imbricación entre los nuevos lenguajes y códigos y el ancestral deseo de los creadores tiene que formar parte sustancial de la política cultural cubana si se quiere que se sobrelleven las ineficiencias de un mundo plagado por la banalidad, el esnobismo y el pseudoarte.

Pero Chío es lo opuesto a la falsedad; de hecho, en un intercambio con él vía WhatsApp, pude constatar la seriedad con que se toma la creación de esta obra concebida y llevada adelante totalmente con Inteligencia Artificial. La ruptura con las técnicas tradicionales e incluso con el acto de encuentro entre el vacío y el artista marca el acercamiento de Chío al arte. Un proceso que además se produce en el contexto del proyecto Dentro del Juego, especie de concilio de las artes que actúa y se expande desde hace unos años en el centro del país y que ha tomado las redes sociales como núcleo de su debate con las generaciones.

Dentro del juego posee un magma creador que de alguna manera le otorga entidad al grupo mayormente de jóvenes que, graduados de diferentes materias relacionadas con la representación del mundo, aportan una lectura pluridimensional de la contemporaneidad desde la acción plástica, el performance y la resignificación de espacios y de ideas.

Esta expo comprende un conjunto de piezas concebidas solamente para el espacio virtual de las redes sociales.

Hay quien critica al grupo porque en su heterogeneidad e incluso su inestabilidad puede perder los contornos y hacerse inasible. También se le achaca el hacer lo que ya se ha hecho o el llevar a un contexto de provincias lo que existe de facto en las grandes ciudades. Pero es que el pastiche, el trabajo con el kitsch, el acercamiento a lo estéticamente reiterado, son visiones que de alguna manera construyen la crítica de Dentro del juego a la contemporaneidad.

Y sobre todo que se tenga en cuenta que el abordaje de estos artistas posee siempre un toque de divertimento, de pasarla bien, de no detenerse en la reflexión aparentemente profunda, sino incluso regodearse en el detalle que pueda ser hasta baladí e intrascendente.

Hecho en el cielo alude al nacimiento en el otro mundo, a la idealidad de lo sacro y lo perfecto”.

Chío cree en la autenticidad de la herramienta DALL-E para generar arte e incluso para establecer un discurso con cierta coherencia que se desmarque de las técnicas tradicionales y de la relación semántica con un presente que se le antoja alienador. Por eso, Hecho en el cielo alude al nacimiento en el otro mundo, a la idealidad de lo sacro y lo perfecto, donde se eliden los conflictos sin solución y se halla un éxtasis lúdico, especie de droga de la felicidad. La nueva generación se escabulle del sufrimiento y no quiere permanecer en espacios en los cuales no se juegue, no se ría, no se cuestione.

La muestra toma un conjunto de elementos corpóreos como pretexto para establecer su texto y dialogar críticamente con conceptos de la actualidad. Por eso precisamente vale la pena realizar un ejercicio de exégesis.

Las astas se repiten en una sucesión de estancias o descansos que nada dicen más allá de la ausencia de sentido.

La pieza número 1 de la muestra es una asta con una bandera blanca enorme que cae a lo largo de una habitación con visos de irrealidad. El entorno es inexpresivo y frío y trasmite a través de los tonos grises un desaliento y una ralentización del ritmo visual. En apariencia, las banderas son un signo de alguna identidad, pero también pudieran expresar el vacío o la ausencia de símbolos. Una tela caída por demás a lo largo del suelo, no resulta precisamente triunfal, ni enervante, sino reflexiva. En ese registro visual hay una conexión con el arte que recurre a los códigos de la posmodernidad que fueran descritos por Lyotard como una condición preexistente al mundo del arte y preeminente en la creación de los tiempos que corren. La bandera como signo de la historia con minúscula, echada por el suelo, humillada, que busca una relación más directa consigo misma, aunque eso implique perder carga significativa. La derrota como un destino y no como el final del viaje.

Esta visión es propia de una generación que aspira al desencanto y no a una gloria que ya sabe perdida y vacía. Sin que el asunto parezca una pose, existe no obstante una búsqueda de belleza a partir de las texturas y el tono de la obra. Concebido para lo virtual, todo el tema de la hechura, de lo sensitivo, pasa a la imaginación y solo se puede acceder mediante un ejercicio de intelecto en el cual cada público se lleva una experiencia muy esencial y propia.

“El público que accede a las obras puede obviarlas, descargarlas en su celular, modificarlas mediante algún programa de edición digital, plagiarlas, hacerlas un pastiche de mal gusto o incluso reportarlas a la plataforma como un post que infringe las normas comunitarias”.

Pudiera argumentarse que la propuesta de Chío no se inscribe en el arte “tradicional” de galerías y que su sola apuesta por lo efímero y por esa exposición volátil de las redes sociales ya desacraliza e incluso deslegitima sus aspiraciones. Pero, ¿a qué puede aspirar una generación de antemano desencantada con el arte que lo mira como algo de lo cual servirse o como válvula de escape emocional y juego?

El público que accede a las obras puede obviarlas, descargarlas en su celular, modificarlas mediante algún programa de edición digital, plagiarlas, hacerlas un pastiche de mal gusto o incluso reportarlas a la plataforma como un post que infringe las normas comunitarias. Todo eso convive en la naturaleza de la obra y le da entidad. Se conforma una lectura otra del consumo que, a la par que evidencia las limitaciones de dicho concepto, constituye un acabamiento de la noción de la obra de arte.

“(…) la bandera se expande a lo largo de un pasillo en el cual ya hay una metamorfosis”.

En las condiciones de conexión de Cuba, además, en medio de la “exposición”, puede caerse la disponibilidad de internet y ello impactar en el acceso al arte. El tema de la bandera entonces cobra una dimensión más abierta y abarca los contornos de lo que se entiende como espacio existencial. Ya no la estamos viendo en nuestro celular, pero conservamos en nuestra memoria sus contornos. Una visualidad precaria que se va desgajando y que al cabo se torna más irreal si se quiere.

En la siguiente pieza esa pareciera ser la tesis, pues la bandera se expande a lo largo de un pasillo en el cual ya hay una metamorfosis. Todo toma un tono más arácnido, como el de una inmensa red que se tejiera para atrapar algo que nunca se nos muestra. Las astas se repiten en una sucesión de estancias o descansos que nada dicen más allá de la ausencia de sentido. El sol y las sombras atraviesan la habitación y proyectan una luz que sugiere el atardecer.

Existe un inmenso alivio en este punto de la exposición, a tal punto que resulta inquietante porque es como si algo hubiera sucedido o fuera a suceder. La bandera al perder sus contornos ya cambia de concepto y se muda hacia una irrealidad que a la par que se detiene resulta capaz de ralentizar la vida a su alrededor. En el ritmo, que ya de por sí era lento, se introduce otra vuelta de tuerca a la cual solo se accede mediante un entendimiento del contexto creador de Chío. El cielo al que aspira quizás posee la magnificencia volátil de las redes, pero cuando se concreta recurre a los conceptos universales del arte de antaño: la fe, el espíritu, lo inalterable e inefable, Dios, la creación, la muerte y la inmortalidad.

“El tanque está en una galería, pero a la vez tenemos la certeza de que descansa para siempre en un sueño que elimina cualquier aspiración belicista”.

¿Puede la guerra estar presente en un mundo retratado de tal forma?, sí, siempre y cuando se desacralice el suceso. Un tanque acorazado descansa en un salón, está además cubierto por una bandera azul traslúcida que se comporta como una especie de musgo. En el techo, unas estructuras de metal que pudieran ser los soportes de una galería de arte, parecieran ser también las armas inertes de una batalla. El tanque fue abandonado y ahora solamente yace a la espera de que se le otorgue una dimensión semántica. La contradicción entre la tela suave y sin contornos y el metal duro nos llama la atención y quizás se refiere a un universo en el cual los extremos se superponen.

La pérdida de los sucesos duros trae consigo que aparezcan los acontecimientos blandos, esos que hay que interpretar a cada paso y que incluso se pierden en el magma. El tanque está en una galería, pero a la vez tenemos la certeza de que descansa para siempre en un sueño que elimina cualquier aspiración belicista. El azul no solo traspasa con su mensaje de paz y de fraternidad mundial, sino que como color sugiere un fin perfecto para un asunto imperfecto. Es como la solución a todo cuanto nos duele y atañe.

“El tanque fue abandonado y ahora solamente yace a la espera de que se le otorgue una dimensión semántica”.

Una de las astas aparece tirada en un pasillo de esa galería imaginaria, posee óxido en un extremo y pareciera rota. La bandera azul ahora es un trapo que yace sin forma. El contorno no solo desaparece, sino que ya ni siquiera se busca. La pregunta por el ser es ociosa. Si antes la indagación de la guerra veía los contrarios resumidos en una misma propuesta estética, ahora todo ha caído en su abismo y lo que podemos tener por cierto es que no se retorna de dicho sitio. Quizás porque en otra pieza, que hace juego, aparece una montaña de munición. Ambas propuestas son aproximaciones a lo que ya no tiene nada que aportarnos, a lo que ya pasó. Si la guerra es un principio destructor activo, las municiones y las banderas oxidadas nos trasmiten que el fin ha llegado. Pero la paz es un instante doloroso en el cual sacamos cuentas de lo sufrido. Incluso es terrible pensar en el cielo, luego de que se atraviesa un cataclismo. ¿Existe poesía luego de Auschwitz? A la nueva generación en todo caso no le importa responder.

El acercamiento lúdico, el sello de Dentro del juego, se nos hace palpable cuando una de las piezas aborda la cuestión de las municiones en un mismo empaque. Unos caramelos están en su estuche. La inscripción de 21 gramos nos siguiere a la vez la levedad y el peso de la vida. Un concepto viejo, pero que visto como si fuera una confitura no solo nos choca, sino que nos torna contradictorios. Cuando usted chupa los caramelos y los gasta, se está consumiendo su peso en este mundo. Hay también un sentimiento de pérdida y de soledad en el paquetico que yace en medio de su desolación. Los tonos grises eliminan cualquier referencia cromática. Casi el mismo estuche aparece a continuación, pero con su contenido repleto de cápsulas y pastillas con medicamentos. Por un lado, el placer del caramelo sugiere la muerte. Por otro, la necesidad de alargarnos la vida mediante la intervención de la ciencia. Entre ambos extremos está inerte el humano que debe construir una identidad consciente y casi nunca lo logra, pues no está preparado ni posee todo el tiempo del mundo.

“En otra pieza aparece una montaña de munición, suerte de indagación sobre la guerra”.

La exposición se va achicando en cuanto a los elementos que la componen. Desde los planos generales y las piezas mayores, se pasa a los detalles y a rincones grises en los cuales todo sucede de una forma más detallada, pero igual de lenta. Entonces abruptamente estalla el color en una bandera cubana hecha con harapos y que cuelga de una inmensa pared. El tema de la identidad se deconstruye para quedar en ese marasmo de mosaicos que a su vez pierden los contornos. La ropa vieja y ajada cae en el suelo, se ensucia, se rompe aún más, pero sigue unida en la conformación de un sentido mucho más grande. Hay en este punto una tirantez propia del tema. La bandera cubana se compone de resistencias pequeñas que la engrandecen. Pero existe sufrimiento, tristeza e incluso un dolor sordo en ese esfuerzo. Un buda con una tela traslúcida roja descansa sentado. El contraste entre la bandera nacional y este otro pasaje apunta hacia un sentido de la reflexión e incluso de la meditación.

Por último, la exposición muestra un grupo de muñecos de peluche tirados en el suelo, como si hicieran una performance, con carteles en las manos. La visión alude a una inocencia perdida y a una confianza escamoteada en los dispositivos de la participación y de la transformación. Si en el siglo XX las grandes movilizaciones y el arte comprometido tenían un impacto en la opinión pública ya hoy es visto solo como un show al cual se acude por divertimento. Los peluches, a su vez, al estar en ese escenario, pierden su función originaria y se tornan absurdos. Nada tiene sentido, o lo busca, pero no lo halla. La manifestación es un gran ridículo que no pasa de una simple sala virtual y que no va a cambiar ningún horizonte. La generación desencantada hace solo una instantánea de este tema y la coloca en un perfil de Facebook. La intrascendencia se traga a la propuesta conceptual y nos queda solo lo lúdico. La guerra ha terminado con una broma de mal gusto si se quiere en la cual quienes yacen muertos son pedazos de tela rellena con algodón.

“(…) la exposición muestra un grupo de muñecos de peluche tirados en el suelo, como si hicieran una performance, con carteles en las manos”.

Pero ojo, hay algo que nos llama a la seriedad y que alude a este mundo. Y es la naturaleza virtual de la muestra. Cuando salimos de nuestra pantalla y volvemos al universo concreto, nos preguntamos si eso que vimos es válido. No solo porque parece demasiado efímero, sino porque ha constituido un abordaje pleno de salvajismo semántico, en el cual nada se ha respetado. Y es que al autor no le interesa lo estructurado, ni lo racional, ni lo emotivamente culposo. Nada de ello compone el mundo narrado en la exposición, sino que ha habido una apuesta constante por el desasimiento, por lo deforme, por lo que pierde los contornos. Desde las telarañas hasta los muñecos muertos hay un recorrido que referencia conceptos como la libertad (o su ausencia), los sueños (o su ausencia) la realidad (o su ausencia).

En estas oquedades de sentido yace lo interesante de lo que nos propone Chío. Y por supuesto, como artista experimental que es, este camino constituye un rumbo que ni él mismo sabe hacia dónde va. A fin de cuentas, como me dijo en nuestra charla por WhatsApp, él disfruta el hecho de que la herramienta de la Inteligencia Artificial posee la autonomía suficiente como para sorprender al propio autor. Es como una recreación actual de la subjetividad desbordada del dadaísmo, el cual abordaba narrativas tan extraordinarias y absurdas como el encuentro entre una sombrilla y una máquina de coser.

“Chío no solo ha hecho una obra en el sentido de la ruptura, sino también en lo clásico”.

Chío no solo ha hecho una obra en el sentido de la ruptura, sino también en lo clásico. No se mueve en lo novedoso, porque ello no existe. Su tesis, bien defendida, va en la onda de lo desencantado de un mundo que ya no posee ese asombro de los antiguos griegos. No sería posible el platonismo en estos tiempos, porque todas las cavernas ya fueron exploradas y no ofrecen misterio. No obstante, y por descabellado que parezca, el artista le busca al universo ese sentido oculto y la propia propensión a hacerlo, ya vale demasiado. Por ello la exposición virtual se nos hace tangible, se mueve en el sentido de lo concreto, aunque no posea contornos. La adivinación de ese espacio jíbaro nos invita y constituye un golpe a las nociones cosificadas e inertes.

Ojalá el juego de este grupo de creadores en el centro de Cuba no se extinga, sino que cuente siempre con alguna caverna en la cual mantenerse.

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