En el año 2008 yo era un muchacho que cursaba las lecciones de narrativa que se imparten en el Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”. Como habitante del interior del país, mi presencia en la capital se resumía a cuatro semanas espaciadas en el año, en las cuales aproveché para conocer la vida cultural y creativa de la gran urbe.

Eran otros tiempos, con una dinámica de vida diferente. Sin internet ni redes sociales, lo más expedito para acceder al arte era acudir de forma física. En uno de esos recorridos por las calles, me topé con la entrada de Galería Habana, una institución que parecía estar cerrada por reparaciones. Un inmenso camión con un tanque de agua bombeaba hacia adentro a través de grandes mangueras. El ruido ambiente ensordecedor impedía que las personas se pudieran escuchar.

Los dispositivos se adentraban en el recinto e iban disminuyendo de tamaño hasta terminar en una pequeña pluma de agua que goteaba algunas veces en el día hacia una maceta con una planta. Lo absurdo de la escena no solo resultaba chocante. Todo aquello, todo ese aparataje, para nada. Indagué y se me dijo que, en efecto, tal implemento de objetos constituía la exposición y que el artista era Wilfredo Prieto.

Quiso la casualidad que él estaba en la puerta de la galería en ese momento y vi a un joven de ojos inquietos, mirada irónica, gesto atrevido. No dije más, contrariado, y me fui.

Mi idea del arte por entonces era muy tradicional. Los caballetes, los lienzos, las exposiciones en salones en los cuales se brindaba con alguna bebida el día de la inauguración, los premios y el determinado renombre de algún autor. Pero aquello había derribado percepciones bien acendradas y puso el foco sobre un pensamiento que desde ese día me atormenta: ¿qué es el arte?

La instalación que vi en el 2008 se llamaba Mucho ruido y pocas nueces y era una obra que poseía un valor especial para Wilfredo. No solo porque con ello defendía una de las tesis fundamentales que lo acompañaban desde que tuvo inquietudes como creador, sino porque en la Cuba de dicha época no había muchas personas que pudieran ser capaces de apreciarlo.

Con cien dólares ahorrados y mucha ayuda y esfuerzo, logró movilizar durante todo un mes, combustible, agua y un camión para Galería Habana. La obra, efímera como tantas de este autor, pretendía defender conceptos vinculados a la noción de las dimensiones del arte y los límites de la belleza. Era un impulso que vinculaba precisamente todo lo que en apariencia es grande, monstruoso y lleno de ruido, con la sencillez de algo tan natural y hermoso como una planta.

“Wilfredo nos quiere traer un nuevo mundo que no esté comprometido con las cuestiones meramente formales de lo aburguesado de las artes y para ello no solo propone un sistema espacial diferente, sino un abordaje metafísico que no sea reductible a las abstracciones del esnobismo”.

Por contrastes, la obra no solo hablaba de una elocuencia en el orden de lo estético, sino que pretendía romper con moldes hechos y percepciones equivocadas y falsas en torno al objeto de arte.

Entonces, ¿de qué trata la obra de Wilfredo? Conceptos surgidos en torno a la deconstrucción de los núcleos duros del arte abrieron paso a la existencia de un nomadismo de la creación que no se queda compelido en los estancos de los circuitos ni de las visiones especializadas, que no se constriñe a la crítica ni al esnobismo. Pero la ruptura no solo es física, no se trata de transgredir los espacios que se definen por las paredes, sino que la cuestión aborda formas y variables de la poesía que juegan a la vez que difuminan el arte.

Wilfredo nos quiere traer un nuevo mundo que no esté comprometido con las cuestiones meramente formales de lo aburguesado de las artes y para ello no solo propone un sistema espacial diferente, sino un abordaje metafísico que no sea reductible a las abstracciones del esnobismo.

El debate no debe caer en contraposiciones que lo simplifiquen, sino que tiene que perder los contornos, hacerse más salvaje en el sentido de las direcciones y de los vectores que lo mueven. Por ello, cada obra que este autor presenta posee un diálogo muy intenso y cuestionador con nociones que ya tenemos asumidas.

Viaje infinito es una autopista en forma de número ocho o de símbolo del infinito, que se entrelaza y no conduce en apariencia a ninguna parte”.

Wilfredo ha querido, con su más reciente proyecto, titulado Viaje infinito, abarcar y resumir décadas de labor en las artes visuales en las cuales no solo bregó por ampliar el margen conceptual, sino para que no quedaran en la nada las nuevas y rompedoras visiones.

Viaje infinito es una autopista en forma de número ocho o de símbolo del infinito, que se entrelaza y no conduce en apariencia a ninguna parte. Está situada la pieza a un kilómetro de Zaza del Medio, el poblado donde creció el artista.

Como proyecto no existen precedentes en Cuba. No solo por la dimensión del asunto, sino porque se atreve a cuestionar desde varias aristas lo que para nosotros significa justificable bajo los conceptos y las formalidades del arte.

El respaldo de las instituciones a este complejo escultórico es parte de todo el universo de significaciones que acompaña a la obra de arte. Por un lado, se llevó a la sociedad a moverse en otro vector con la sola finalidad de generar una pieza estética. Por otro, los debates en torno al consumo de arte y a la elaboración de los objetos de arte están en el centro de la vida medular y cotidiana de la comunidad más común.

Wilfredo no solo logra que los críticos cuestionen si un vaso medio lleno de agua o un poco de grasa con un jabón y un plátano son formas de abordar el elitista filón de las artes visuales; sino que con Viaje infinito la intervención modifica, reestructura y rehace de alguna manera el cercano e invariable punto de vista cotidiano de las personas de a pie.

“Si algún sentido posee Viaje infinito es la de aquilatar conceptos que se encuentran de pronto en medio de la nada en lo más alejado de Cuba”.

La autopista es una metáfora poderosa que retoma los conceptos de la cinética antes trabajados por Prieto. Si en aquella muestra en Galería Habana el espectador iba desde lo mayor a lo menor y debía desplazarse, ahora la atención está puesta en un movimiento que termina en sí mismo, donde todo posee grandes proporciones, pero que nos compele a reflexiones de índole universal. Por un lado, la finitud de la existencia humana ante la eternidad del propio arte o los límites del arte como esencia que depende de la mirada de los seres mortales para aquilatarse.

Prieto ha puesto su foco en ese debate que no solo redefine las fronteras, sino que se sitúa por fuera de una visión normalista, adecuada y hasta acartonada de las obras. En el argot popular, el número ocho posee otras connotaciones que sirven de contrapeso a la lectura más culta del complejo escultórico. Por un lado, un número ocho es algo que posee un vicio peyorativo, pero que mirado bien se trata de un reto, un valladar. Todo ello apunta a una necesidad de crecimiento personal y colectivo.

A la vez, un ocho expresa algo difícil, de una comprensión o de una realización llenas de complejidades. En una realidad como la de Zaza del Medio, todas esas visiones tienen cabida y de hecho flotan por encima de la obra de Prieto. Se trata de un imaginario que logra dialogar desde un lado y otro del espectro de las artes y que elimina las zonas de silencio que intentan atajar a los más díscolos y libres.

La obra de Prieto es una metáfora del viaje a una región más plena y honesta de nosotros mismos, en la cual ni siquiera la muerte puede acallarnos. De ahí lo de viaje infinito.

Un documental, hecho a propósito por la realizadora Lisandra Durán, expresa la verdad detrás de todo el proceso creativo y le da voz a los que trabajan en los elementos más logísticos y complicados. Pero lo que la pieza audiovisual logra es a mi juicio mostrarnos los rostros del pueblo más llano, incluso de un hombre que estuvo encargado de chapear las áreas de maleza y que se nombra Camagüey.

“La obra de Prieto es una metáfora del viaje a una región más plena y honesta de nosotros mismos, en la cual ni siquiera la muerte puede acallarnos. De ahí lo de viaje infinito”. Imagen: Tomada de cmhw.cu.

En esa suerte de contrapunto entre la grandilocuencia de la obra escultórica y las opiniones de la gente común se nos ofrece un intersticio de sentido que también nos ayuda a comprender a Wilfredo y su importante papel en las artes visuales cubanas.

En varias entrevistas dadas durante la pandemia a diferentes youtubers que hablan sobre arte, este autor recalcaba la necesidad de que lo bello fuera también honesto, y es que no se concibe otra forma más sencilla y a la vez contundente de defender la autenticidad de las funciones de una pieza hecha para ser expuesta.

Si algún sentido posee Viaje infinito es la de aquilatar conceptos que se encuentran de pronto en medio de la nada en lo más alejado de Cuba. La metáfora también es una manifestación de la realidad globalizada donde ningún sitio es ya local o pequeño, sino que todo queda mundializado como parte de la misma aldea. La autopista, aunque no conduzca hacia porción alguna en lo físico, pretende modificar a quien la transite.

Prieto posee, como parte de su voluntad renovadora, la de llevarnos a esas visiones alternas de la vida que no están en el candelero del debate. Ya en su propuesta Apolítico abordó un cuestionamiento no solo de la globalización, sino de la pérdida de identidades que se derivan de los procesos de uniformidad del pensamiento y de sublimación de los aparatos de control de los diferentes poderes.

“La metáfora también es una manifestación de la realidad globalizada donde ningún sitio es ya local o pequeño, sino que todo queda mundializado como parte de la misma aldea”.

Hacer filosofía o poesía a partir de una intervención en la realidad más llana no solo constituye una forma de arte, sino un retorno a las cuestiones premodernas que veían en la representación un acto de valentía y de honradez intelectual y nunca una pose estética o la búsqueda de notoriedad.

Hay que ver en las banderas que pierden sus colores no solo la crítica al poder y sus máscaras, sino al concepto de estado nación de la modernidad que le era ajeno al hombre premoderno habituado a otras elucubraciones más propias de su imaginación y del universo libre y cambiante. Ese germen está presente en Viaje infinito, aunque la crítica haya querido ver en ocasiones una marcada movilidad hacia lo lúdico que supuestamente evitaría los debates más serios.

Nada más alejado de la realidad en una obra como la de Prieto, que nos propone una especie de momentos espacio/temporales donde todo queda sujeto y en el aire, para que nos centremos en lo que realmente importa y nos desprogramemos de nociones falsas y baladíes.

El artista pareciera estar gritando desde su silencio que tenemos que despertar de un mundo de sombras en el cual se pierde nuestra voz como seres llenos de significación e importancia y que en ello nos va además la existencia.

En Prieto hay un patrón que nos habla de interpretaciones perennes y —aunque él mismo me dijo en una breve conversación que no busca un sentido determinado o un discurso específico— sí se notan preocupaciones de índole personal que devienen en visiones jerarquizadas de las propuestas estéticas de este autor.

“Prieto no solo se rebela como artista, sino como persona ante la mediocridad y trata a partir de sus piezas de hallarle una alternativa”.

Baste mencionar la cuestión en torno a las dimensiones, donde los viajes se dan a partir de objetos de mayor a menor o viceversa, para lograr de esta forma una connotación insólita que rompa con el orden habitual del espacio/tiempo.

En estas movidas, no solo el tamaño sino la vocación cinética, posee hondas significaciones y explica de manera contundente que el autor no está conforme con una visión del arte que lo detenga y lo cosifique. Movilidad y dimensiones no solo son las banderas, sino que implican una crítica feroz al detenimiento, al inmovilismo, a las banalidades que entorpecen lo brillante y activo de la existencia.

Prieto no solo se rebela como artista, sino como persona ante la mediocridad y trata a partir de sus piezas de hallarle una alternativa. A la vez, el tema del concepto de arte y de sus formas de consumo son los otros puntos que están presentes en el discurso de este artista.

No se puede olvidar el consumo, o sea aquello que en última instancia le otorga entidad a un objeto de arte. Prieto propone uno que sea activo, que no se detenga en el prejuicio y que no privilegie una forma por encima de un contenido o un discurso más academicista y acartonado antes que la cuestión de la autenticidad y la búsqueda del ser más esencial.

Ya en una pieza como Grasa, jabón y plátano Prieto quiso representar una especie de infinito con el contraste de espacios y de dimensiones. En medio de la galería está la intervención, que más bien pareciera un suceso fortuito y no algo pensado para ser expuesto.

El espectador que pasa sufre una especie de vértigo porque sabe que si pisa en dicho sitio puede caerse. Todo lo que es sólido y que compone la soledad del recinto con su propia discursividad de las artes se torna blando, jabonoso, inestable y sin forma. La pieza modificó el entorno y a quien la observa. Así es Viaje infinito, un camino a partir del cual no volvemos al mismo sitio ni a la misma era, porque hemos quedado impactados por la visión otra de Prieto.

Sin que la magnificencia de todo el complejo escultórico esté de forma exclusiva en su tamaño ni en la forma que solo es visible desde el aire, hay que hablar de un discurso elocuente, que rompe con lo más banal, que apuesta por sí mismo y que no posee cortapisas en tirarnos en cara que el verdadero arte es ese, el que se hace pensando en el arte.

La pieza no solo nos habla desde una especie de limbo recreado mediante materiales de la construcción que parecieran hechos para misiones más elementales, sino que pareciera que la realidad alternativa, los relatos generados por la intervención; van a venir a sustituirnos y a darnos una vida otra más allá de lo que hemos conocido.

En tal sentido, Viaje infinito es la oportunidad que el autor le da a su sitio de origen de ser otra cosa de lo que ya ha sido. A su vez, el artista se permite la licencia de recrear una autopista física con todas las dimensiones ideales, para que viajen los sueños más que los automóviles. Él también queda modificado al exponer una parte vital de sus preocupaciones y dejar al público expectante ante la siguiente pieza.

2