Analogías y simbolismos relacionados con la muerte de José Martí
Cintio Vitier realiza una interesante analogía relacionada con la muerte de José Martí. La vida del héroe terminó en cercanía de un río crecido y un caballo a galope que recibió de regalo. También, en su primer documento escrito —una carta a su madre— el niño narra sobre un caballo que le han obsequiado y las muchas lluvias que tienen crecido un río cercano a donde vivía con su padre. Descripciones de los montes cubanos aparecen al inicio y final de su obra.
La imagen del caballo jugará también un papel trascendental en la representación plástica de la isla. En las dos pinturas más conocidas sobre la muerte de Martí —la destruida por su propio autor, Esteban Valderrama, y la del vanguardista de Carlos Enríquez—, los corceles a galope se roban la belleza del lienzo. Si el espectador va al Palacio del Segundo Cabo y contempla el cuadro de este último, puede descubrir un efecto de transparencia estudiado por Reynaldo González. De las crines y el cuello del caballo salen mujeres desnudas y, una de ellas, va a la mano del escritor y le sostiene el revólver. El cubano poetizó tanto el amor y el discurso del no-odio que el artista no visualiza la acción de disparar en aquel que estuvo siempre presto a morir y a sacrificarse por los demás.

Otro detalle de interés literario lo proporciona Eduardo Vázquez quien advierte que Martí describió el propio escenario donde habría de morir. Él regresa, en el combate de Dos Ríos, a un lugar donde había estado descansando en la marcha. Una semana antes, el día 12 de mayo, describió la casa de Rosalío Pacheco y pudo contemplar el fustete caído y las aguas turbias del Contramaestre; el 19 de mayo volvería ahí con el soldado Ángel de la Guarda y caería su cuerpo ensangrentado cerca de la arboleda y la casa que lo acogiera con anterioridad.
“La imagen del árbol nos hace recordar también la carta a su niña amada a quien le preguntaba si se acordaba de aquel cerezo grande del Central Valley, lugar donde radicaba el colegio de Estrada Palma para la educación a los niños cubanos en el exilio”.
Los árboles se llenan de simbolismo en el momento postrero. Martí se regodeó en citarlos y hablar de ellos desde que desembarcara por Playitas de Cajobabo. Aquel árbol caído del rancho de Rosalío fue un presagio de su propia caída en combate. Después, incluso, las tropas hicieron dos descansos en el camino a Remanganaguas para su primer entierro, marcados por un gran árbol de mamoncillo y otro de jobo.
La imagen del árbol nos hace recordar también la carta a su niña amada a quien le preguntaba si se acordaba de aquel cerezo grande del Central Valley, lugar donde radicaba el colegio de Estrada Palma para la educación a los niños cubanos en el exilio. Martí le aseguraba que él era ese árbol y que todas aquellas hojas eran sus ojos; y aunque él no estuviera a su lado, todo lo que hiciere y lo que pensara lo vería él como lo veía el cerezo.
Rolando Rodríguez nos descubre una paradoja de aquel fatídico 19 de mayo. Dos hombres tan organizados y precavidos como Máximo Gómez y José Martí se vieron envueltos en un combate mal planeado y donde las tropas bisoñas de Bartolomé Masó no los acompañaron con el ímpetu esperado. A causa de esa acción Martí cayó en combate y Gómez —según carta a Estrada Palma dada a conocer por Ibrahim Hidalgo— estuvo también a punto de perecer intentando rescatar el cuerpo del amigo. Sin embargo, Ramiro Valdés Galarraga observa la fecha —19 de mayo— como un perfecto círculo del destino. A causa de la toma de Cárdenas por Narciso López —un 19 de mayo de 1850— fue reclutado en Valencia, Mariano Martí, y enviado a La Habana para reforzar los efectivos españoles en la isla. Cuarenta y cinco años después moriría su único hijo varón en Dos Ríos, el cual a través de su ejemplo, capacidad organizativa y liderazgo inició el comienzo de la caída definitiva del imperio español.
“Según Darío, América no es tan rica como suele pensarse, somos pobres y desunidos y Martí era de los pocos que verdaderamente nos hacía ricos con su talento”.
Justo de Lara —con conocimiento de causa— habló de la bala piadosa que terminó con la vida de Martí. Su argumento era sencillo y contundente. El poeta al morir se quedó con la parte más bella de la Revolución, aquella donde se luchaba contra un poder extranjero, se aunaban almas por un fin libertario y entregaba la vida en el momento de mayor ejemplaridad. Qué diferente la historia posterior donde el poder corrompe a los propios cubanos, quienes en lucha por cargos públicos se olvidan de la felicidad y prosperidad del pueblo humilde que los sostiene. La bala española ayudó a que Martí no viese al entorno que lo acompañaba, preso ya del egoísmo, la doble moral y el interés personal.
Rubén Darío, en cambio, se olvidó del Martí político y en su lamentación le dijo al Martí poeta “pero ¡oh Maestro, qué has hecho!”. Le recriminaba al escritor que tenía el don de conmover y trasmitirnos belleza, al verdadero Rey Midas de la palabra, haberse ido a combatir “entre el negro Guillermón y el general Martínez Campos”, y agregaba: “Cuba admirable y rica y cien veces bendecida por mi lengua; mas la sangre de Martí no te pertenecía”. Según Darío, América no es tan rica como suele pensarse, somos pobres y desunidos y Martí era de los pocos que verdaderamente nos hacía ricos con su talento.
Jorge Domingo Cuadriello nos descubre —de otra manera— la tristeza que provoca la muerte de un ser humano que nos enseñaba, que nos provocaba riqueza desde el conocimiento. Martí fue el primer maestro de Pedro Joaquín Ravenet, le ayudó, cuando su primer exilio español, a leer y a escribir, una de las formas primeras de cultivarse y ser libres. Sin embargo, ironías del destino, Ravenet vino a coincidir con su maestro en el campo de batalla. El joven formaba parte de la columna de Ximénez de Sandoval que emboscaron a las tropas cubanas en el combate de Dos Ríos.
“Así como Martí siguió el modelo de Plutarco de Vidas paralelas para su semblanza biográfica de Céspedes y Agramonte se podría hacer un ejercicio similar, pero, no para las vidas sino para las muertes”.
Cuando Ravenet se percató de que quien había caído ese día era su querido maestro de la infancia, debió de sentirse contrariado y triste, y aunque tuvo que seguir cumpliendo con su deber militar al servicio de España, en 1911 escribió en el periódico La Lucha el valioso texto: Recuerdos de mi infancia. José Martí. Murió en 1916 en Santiago de Cuba y su hijo menor, Domingo Ravenet, es considerado uno de los más destacados artistas de la llamada segunda promoción de la pintura moderna cubana.
Así como Martí siguió el modelo de Plutarco de Vidas paralelas para su semblanza biográfica de Céspedes y Agramonte se podría hacer un ejercicio similar, pero, no para las vidas sino para las muertes. Las guerras por la independencia de Cuba presentan un doloroso paralelismo en las caídas en combate. Cuando se estudia la Guerra Grande y la Guerra Necesaria nos percatamos que esas muertes paralelas: las de Céspedes y Agramonte y las de Martí y Maceo dejaron un vacío irremplazable en la Historia de Cuba y la sensación de que nuestro destino de nación se bifurcó para mal con sus imprevistas desapariciones.