Desde los ámbitos inmensos: Martí
Poco antes del momento fatal de Dos Ríos, aquel 19 de mayo de 1895, José Martí deja las últimas anotaciones en un Diario de campaña que es uno de los resúmenes poéticos más auténticos y hermosos escritos no solo en Cuba y en nuestro idioma. Leer el Diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos —escribió Cintio Vitier— es como leer un texto sagrado. El hombre que anotó la llegada al suelo patrio como “Salto. Dicha grande”, aprende y nombra, en un estilo más rápido y vivaz —como si “mundos del alma” se acumularan en “palabras sueltas, en pausas hondas”, propias del avance por “el bosque pleno insular”—, los nombres de árboles y animales, que no solo son palabras, sino sentido y hondura, cartografía de lo cubano, con la curiosidad de un niño que descubre y “se descubre” como parte de una naturaleza que se esparce, con la fuerza del monte, en las rápidas notas de estas páginas.
El Diario de campaña de José Martí es uno de los resúmenes poéticos más auténticos y hermosos escritos no solo en Cuba y en nuestro idioma.
Allí, donde “la noche bella no deja dormir”, Martí va dejando en su Diario los trazos vivenciales del “primer contacto inmediato del espíritu, en el trance supremo del sacrificio, con nuestra naturaleza y nuestros hombres” (Vitier). La naturaleza —en su colorido exuberante y sus útiles formas, en la plenitud de una dimensión humana— alcanza “otras facetas”, una amplitud más medular en la obra martiana, traspasada siempre por la poesía, pues ella invade toda su palabra: discursos, crónicas, cartas, diarios, cuadernos de apuntes… De esta manera, “todo en él es, no lirismo confesional, sino creación poética en el más vasto sentido”. Y “toda realidad a que se acerca sale de su voz como llena de otra luz y otra resonancia, como trasfigurada, traspasada a nueva figura más rica, más hermosa y más significativa”, como enfatiza Vitier.

Años después del fatídico día en Dos Ríos, se publican en 1913 sus Versos libres y de ellos, precisamente, Lorena V. F. ha seleccionado los textos poéticos que integran el cuaderno Los ámbitos inmensos, el número sesenta de la colección Analekta de Ediciones La Luz, como homenaje al autor que hace 130 años, un 7 de mayo, recorría territorios holguineros y describía, en sus anotaciones, a un “espino solo, que da buena leña: las sendas negras van por la yerba verde, matizada de flor morada y blanca: A la derecha, por lo alto de la sierra espesa, la cresta de pinos. Lluvia recia”. En los Versos libres —en el que varios autores han visto a un “Martí maduro”— encontramos (y es lo que Lorena precisamente ha seguido en su selección) la presencia de elementos de la naturaleza, de lo vegetal con su cromatismo seductor, simbólico, sensitivo, en textos de una estructura inusual y una compleja sintaxis que se abren a las posibilidades del modernismo y que ha hecho que sean menos conocidos que, por ejemplo, los Versos sencillos de este “embrujador de almas”, como escribió la chilena Gabriela Mistral en el prefacio a la traducción de 1950 de Martí, el Apóstol, la memorable biografía de Jorge Mañach.
¿Qué encontrará el lector en esta selección de los Versos libres? Dos definiciones nos adelanta Martí en su prólogo, cuando dice que “Tajos son estos de mis propias entrañas” y que “el verso ha de ser como una espada reluciente, que deja a los espectadores la memoria de un guerrero que va camino al cielo, y al envainarla en el sol se rompe en alas”. Lorena —sabiendo que, aun en la modernidad del verso, Martí sigue bebiendo de “los posos viejos y los hervores prístinos de la lengua”; hallamos incluso “el anuncio ígneo del verso blanco de Unamuno”— ha seleccionado diez poemas en los que “lo filosófico y lo metafísico serpean para iluminar lo ético” (Caridad Atencio). Los motivos románticos abundan, ciertamente, pasando del plano amoroso al moral (ahí la trasgresión) para crear lo hirsuto, lo extraño, lo rompedor y, al mismo tiempo, lo maravilloso de la experiencia poética que es adentrarse en los Versos libres. Martí es, incluso, el primero, en el poema “Bosque de rosas”, que habla de “los extraños versos míos”, esos que en “Como nacen las palmas en la arena” denomina “convulsos, encendidos, perfumados” y surgidos de su dolor, pues “de la desdicha más que de la ventura nace el verso”; poemas capaces de crear eso que Vitier llama la “confusión incandescente” de los Versos libres, que hoy nos sigue poniendo “ante el chisporroteo y el crepitar del verso en su horno. A veces, entre las chispas y los bloques ígneos, se vislumbra un fragmento bien fraguado, un trozo unido y radiante como joya tersa, o arma que aún vibra por la empuñadura, o flor que sale del fuego, sonriente y misteriosa. Pero lo común es que se agriete el molde por la fuerza expansiva del fuego que lo habita”.

En los versos de Los ámbitos inmensos, el lector encontrará una simbología vegetal —mayormente floral— que Lorena se ha encargado, desde la selección y las sugerentes ilustraciones de Chabeli Farro, de resaltar y hacer crecer, como crecen los lirios rotos del poema. Las ilustraciones (en el caso de los interiores, trabajadas en versiones a líneas) establecen un diálogo abierto y personal —como toda buena conversación— con los versos martianos seleccionados: un bosque de rosas al fondo de la selva; los húmedos jardines en los que los bardos tibios siegan florecillas; una flor rompiendo su cáliz en ciertas horas puras; las amables lilas; el galopar, a lo lejos, de la nieve; el tronco gris y el ramo verde que vierten guirnaldas de moradas hipomeas; la hondura de la selva y su corpulenta flora como densa muralla, y como síntesis, la naturaleza capaz de “mover el hombre a las virtudes” en ese “hervor agónico de la batalla espiritual” que —como leemos en las páginas de Lo cubano en la poesía— es el verdadero asunto del poemario:
Si me pedís un símbolo del mundo
En estos tiempos, vedlo: un ala rota.
Se labra mucho el oro, el alma apenas!
Todavía seguimos adentrándonos en ese “misterio que nos acompaña”, al decir de Lezama; en José Martí, que es “el tesoro mayor que tenemos” (Vitier)… Tarea difícil, como todo misterio, como la vida misma, como intentar adentrarse en los ámbitos inmensos que llenan el perfume de una flor que se abrió a la plenitud del espíritu y de la poesía, en la hondura del ser nacional y desde la cubanía punzante y espesa del monte insular.