Al pueblo Palestino
A sus niñas y niños, quienes sufren los mayores daños.

La niña quería pintar la guerra.

La niña no sabía de qué color pintar la guerra.

Bajo las bombas son difusos los cuerpos de los niños,

bombas del amanecer y de la noche,

bombas de todas las horas.

Guerras de todos los tiempos.

La guerra tiene frente, al que van los hombres a templarse.

La despedida es irreal, el regreso un punto,

un reloj de arena contaminada.


Ella vive en un país en guerra

y desconoce en qué consiste la felicidad.

No hay en sus ojos una chispa, un clamor,

ve el cielo derrumbarse sobre su casa.

El cielo era de metal y reventó de pronto.

Y los dardos la alcanzaron.


La niña insiste en pintar la guerra.

Ve en la televisión las pérdidas, las mutilaciones;

se pierde en los mapas antiguos como una demente,

ella que no es un soldado,

ella que no tiene escuela ni parques, ni juegos.


La niña quiere pintar la guerra,

sentarse en el piso con la mirada fija,

empezar y terminar su obra de arte.

Ella no quiere un plato de comida.

Ella no quiere vivir acorralada.

Ella no quiere reír ni llorar.

Ella solo quiere pintar la guerra

para mostrarla al mundo

a ver si de una vez el mundo se corrige.


La guerra no tiene el color de la sangre.

La guerra no tiene el color de la muerte.

La guerra no tiene el color de la vida.


La niña lanza contra el lienzo todos los colores

y de ellos brota un matiz único e irrepetible.


En el cuadro queda todo lo que la niña pretendía.


Esta es la guerra, dijo, y dio la espalda.