Un hombre asomado en mi televisor

con un niño entre los brazos

y dos ojos enormes.

Un hombre cual una isla

hundido poco a poco en mi rutina

en mi felicidad de gente ajena

de cocoteros y putas académicas;

así de simple como si no importara.

En el televisor una muchacha cósmica

de blusa almibarada y cejas rojas

ha dicho que el matador es inocente

que es un daño colateral;

algo así como un error cabalístico,

un desacierto de Dios,

un mal teclaso.

Yo la escucho mientras me agito en el sillón.

Cerca de mí los butacones,

la mesita de noche,

el librero dormido.

Pero coño es un niño, me digo,

Como una palma caída

un gorrión de ala rota;

y brota entonces desde la garganta este grito

para que la tristeza de aquel hombre

no sea sólo su tristeza,

porque un niño muerto

no es un piano que se calla

                                           y ya.

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