“Gaia suena a eso mismo, a planeta, a elementos, a dulzura y violencia, a fusiones entre lo antiguo y lo contemporáneo. Cada pieza es un paisaje dibujado con precisión por este dúo envuelto por una singular pequeña orquesta de cámara. Acaso también es una suerte de recorrido, de memoria, de sabores de tierras de Nuestra América”. Así define Silvio Rodríguez la ópera prima del Dúo Aguas de Marzo: 11 caras de Gaia, 11 canciones sin palabras que narran historias, 11 canciones que tejen el diálogo entre el laúd y la guitarra, 11 canciones que reverencian a las cuerdas y a la música cubana.
Este fonograma del Dúo Aguas de Marzo —integrado por la laudista Sofía Pedrera y la guitarrista Patricia Díaz— es el resultado de años de colaboración con el compositor Noel A. Gutiérrez, su profesor en la Universidad de las Artes (ISA). “El disco nace de nuestra relación con Noel, quien hizo el primer arreglo que tocamos como dúo: ‘Alfonsina y el mar’”, revela Patricia. Este vínculo académico y personal se refleja en las once piezas originales de Gutiérrez que conforman el álbum: “Mendry”, “Canción”, “Tierra mojada”, “Stormy Blue”, “La hora de los pájaros”, “Lluvia”, “Adry”, “Juego de flores”, “Ansina”, “Certezas” y “Falso Tango”.
Aunque el disco evade etiquetas rígidas, las instrumentistas explicaron a La Jiribilla que hay “guiños al bossa nova en ‘Ansina’, al flamenco en ‘Lluvia’ y ‘Falso Tango’, y a la música latinoamericana en ‘Tierra mojada’”. Sofía añade: “No son géneros puros, sino canciones sin letra que te narran historias. Muchos comparan el sonido con bandas sonoras cinematográficas”. Esta diversidad se logró con un elenco de virtuosos como el flautista Yasel Muñoz, el percusionista Jesús Estrada, y la Orquesta de Cámara de La Habana dirigida por Daiana García, quien también co-produjo el disco junto a Patricia.

El álbum está estructurado como un crecimiento orgánico. “Comenzamos con ‘Mendry’, solo guitarra y laúd, para luego expandirnos con cuartetos de cuerda y metales”, detalla Sofía. Patricia describe la narrativa emocional: “Es un tríptico inicial íntimo (‘Mendry’, ‘Canción’, ‘Tierra mojada’), seguido de escenas campestres y tormentosas (La hora de los pájaros, Stormy Blue), hasta llegar a la explosión rítmica de ‘Falso Tango’”. Un detalle curioso: en ‘Adry’, los armónicos de las cuerdas imitan el balanceo de un columpio, creando un efecto circular que cierra la pieza.
El concepto del viaje musical de Gaia es parecido a su estructura musical: se inicia con la delicadeza íntima de “Mendry”, como una gota de agua que da origen a todo. Desde allí, el disco nos lleva por diversos paisajes sonoros: senderos melódicos, amplias llanuras armónicas, el canto de los pájaros en “La hora de los pájaros”, la melancolía de la “Lluvia” y la intensidad de las tormentas en “Stormy Blue”. Luego, como un renacer, “Juego de flores” evoca la vitalidad primaveral, mientras “Ansina” nos transporta a la alegría de un baile contagioso. Finalmente, el álbum culmina con “Falso Tango”, una erupción de energía que simboliza la fuerza telúrica de Gaia, cerrando así un recorrido tan diverso como cohesionado.
“[Gaia] Es una montaña rusa que ha generado sorpresa, alegría, agradecimiento y hasta un poco de incredulidad”.
Las sesiones en los estudios Abdala reunieron a amigos y colegas como el guitarrista Ernesto Robles, el trompetista Mayquel González, la contrabajista Olivia Rodríguez, los violines de Keren García y Diana Gutiererz, la viola de Yosmara Castañeda y el violoncello de Amaya Justiz.
Aunque el disco no cita géneros tradicionales de forma explícita, las integrantes del Dúo Aguas de Marzo aseguran: “Lo cubano se filtra en los giros melódicos y las improvisaciones. Es una identidad sutil, como en los pasajes de percusión de Jesús Estrada, que evitó lo estridente para priorizar lo ornamental”.
En cuanto al equilibrio entre lo contemporáneo y lo tradicional, partieron de una formación académica clásica muy arraigada, pero con la clara intención de trascender esos límites. “Nuestro objetivo era precisamente salir de esa zona de confort que nos proporcionaba el lenguaje tradicional, sin renunciar por completo a sus fundamentos. Buscamos incorporar elementos más modernos y jazzísticos, particularmente en temas como ‘Ansina’ y ‘Stormy Blue’, donde experimentamos con armonías y ritmos más contemporáneos. Esta fue precisamente una de las indicaciones que le dimos a Noel Gutiérrez al encargarle las composiciones: queríamos explorar nuevos territorios sonoros manteniendo siempre un refinamiento estético”.
“Nuestro objetivo era precisamente salir de esa zona de confort que nos proporcionaba el lenguaje tradicional, sin renunciar por completo a sus fundamentos”.
Si bien el dúo se resiste a las etiquetas rígidas, reconocieron que ciertos términos como “académico” o “clásico” ayudan a comunicar su esencia. El resultado es una fusión donde lo tradicional sirve de cimiento para aventuras sonoras más innovadoras, creando un diálogo constante entre ambos mundos.
Las instrumentistas dicen estar convencidas de que la propuesta emocional y estética de este disco tiene la capacidad de trascender fronteras y conectar con públicos de diferentes latitudes. “La sensibilidad que impregna cada nota y su profunda conexión con lo natural le permiten establecer un diálogo universal, pues habla ese lenguaje atemporal que nace de lo humano, de lo esencialmente compartido. Esto se refleja incluso en la elección del nombre ‘Gaia’ —la diosa tierra en la mitología griega—, que simboliza precisamente ese vínculo primordial que nos une como seres humanos: nuestro origen común y nuestra relación con la naturaleza. La tierra como metáfora musical, como territorio sonoro donde confluyen todas las emociones”.
Nominado en las categorías de Instrumental/Vocal, Ópera Prima y Diseño Gráfico (este último ganado por Jennifer Ancizar), Gaia ha emocionado al público. “Es una montaña rusa que ha generado sorpresa, alegría, agradecimiento y hasta un poco de incredulidad. También una mezcla de orgullo por el trabajo que hemos hecho y una motivación para seguir sacando proyectos adelante”. Gaia es una obra que, como la tierra misma, pueda nutrir a quienes la escuchen.