Creo que hay belleza en las cosas innominadas, que cientos de esas pequeñas cosas van formando un poco la savia de la historia. En parte eso me llevó a ser historiador.
Manuel Moreno Fraginals

Desde la cita inicial, debida al reconocido narrador argentino Ricardo Piglia —“los historiadores trabajan con el murmullo de la historia”—, están enunciados los presupuestos de este libro, conformado por un haz de provocadores ensayos sobre historia, identidad y cultura. Conversando con el autor, este me identificaba objetivos que se reconocen desde el primer momento, y con los que coincido plenamente en mi lectura. A saber que lo esencial del libro está en la posibilidad de explorar miradas plurales a la cultura cubana desde la literatura y la historia, el propio hecho de las escrituras de la Historia como mirada desde lo estético y su amplio contexto sociocultural, y los homenajes a figuras de la historiografía (Ortiz, Guerra, Moreno), y la literatura (Agustín Acosta, Eliseo, Vitier, Travieso). Al final todo esto emerge de un modo u otro, dialogando y rebatiendo entre sí.

Contra la sospecha o primera impresión de que el presente compendio de textos pudiera definirse como el socorrido “cajón de sastre”, recurro al poeta, ensayista y periodista que fue Gastón Baquero —y hago mías sus palabras—, cuando reconoce que “un libro es una pequeña batalla contra el olvido”, y razona sobre el sentido de este tipo de compilaciones como la legítima voluntad de agrupar “trabajos dispersos en periódicos y revistas. (Pues) cree el autor que es injusto el prejuicio contra los libros formados por acarreo de artículos y de conferencias porque, en definitiva, lo que debe decidir en el aprecio de un libro es lo que el autor diga y cómo lo diga, y no el cuándo y el dónde lo ha dicho”.[1]

En su breve proemio Omar Valiño, a nombre de la casa editora, reconoce esas y otras virtudes: “prosa hermosa y apretada (…) abierta a especulaciones, a futuros acercamientos con la conciencia de un viaje infinito (…) pretexto para bucear en los ‘agujeros negros’ de la historia, la fuente remota de sonidos y murmullos”[2]. Esas zonas híbridas donde se difumina la línea entre la especulación del explorador y el rigor del investigador, tributando a la imaginación y a las verdades por polemizar.

A juicio del historiador, profesor y ensayista Félix Julio Alfonso López, hay novelas que son verdaderas lecciones de historia. Imagen: Tomada de Internet

El texto que inicia estas páginas, sobre la recepción historiográfica, social y cultural del rebelde antiesclavista José Antonio Aponte, es para mí de los más importantes y esclarecedores del volumen que comentamos. “¿Qué se sabía del negro conspirador Aponte…?”, se preguntaba nada más y nada menos que José Martí. Y tamaño desafío se compromete a dilucidar Félix Julio, de forma apasionada y racional, sin que resulten para nada contradictorias en su fluida prosa estas claves en apariencia antagónicas. Poniendo nombre a lo que no lo tiene, reconociendo su sustancia proteica para levantar las vigas maestras de las sociedades emergentes, antes de ser nación.“Al triunfo de la Revolución Cubana, José Antonio Aponte fue objeto de una urgente revalorización de su imagen histórica, debida al reclamo realizado por Juan René Betancourt, Walterio Carbonell y a las investigaciones del acucioso historiador José Luciano Franco. Betancourt publicó en 1960 su obra titulada El negro, ciudadano del futuro, con prólogo del historiador Elías Entralgo, donde sitúa al carpintero rebelde, al que llama ‘un héroe y un mártir negado y olvidado’, como la figura más alta de una genealogía de grandes luchadores negros contra la discriminación racial en la historia de Cuba…”.[3]

A tenor de su reconocido oficio como carpintero y artesano —profesiones muy valoradas en esa época—, “en la obra de Franco nos encontramos que Aponte fue un hombre culto, respetado y de ideas radicales. Era miembro de una sociedad secreta africana de origen yoruba, en las cuales la talla en madera ocupaba un lugar importante. Se sabe que terminó en 1811 una imagen de la virgen de Guadalupe que fue colocada en una iglesia de extramuros. Estaba casado y tenía seis hijos, tres hembras y tres varones. En su morada, ubicada cerca de la Calzada de San Luis Gonzaga, tenía junto a sus herramientas de carpintería una talla de un águila engullendo una serpiente y las paredes estaban adornadas con imágenes católicas, propias del sincretismo afrocubano”[4]. Es significativa la presencia de la representación de valores del imaginario mexicano, como la virgen y el águila en el nopal matando a la serpiente, en correspondencia con las influencias culturales naturales que llegaban a la Isla y las primeras noticias de la insurrección independentista de Hidalgo y Morelos levantando el estandarte de la Guadalupe.

“El texto que inicia estas páginas, sobre la recepción historiográfica, social y cultural del rebelde antiesclavista José Antonio Aponte, es para mí de los más importantes y esclarecedores del volumen que comentamos”.

Junto al anatema que alcanzara hasta nuestros días de “es más malo que Aponte”, se registra una antigua conseja de amenazar a los niños cuando no querían comer o se portaban mal, con “el coco”, “el viejo del saco”, o “que viene Aponte”. La voluntad reivindicativa en los últimos años con la figura de José Antonio Aponte, se ha expresado desde la comisión académica y social que lleva su nombre; hasta los proyectos escultóricos de Alberto Lezcay —en la frontera de las provincias de Mayabeque y La Habana—, y el todavía pendiente de realización —aprobado hace años—complejo monumentario de René Negrín en Boyeros, entre la terminal de ómnibus y la Biblioteca Nacional, que se me antoja como un guiño entre un templo de nuestra cultura y un conexo de la inmigración interna, este como otro referente discriminatorio, por los llamados “palestinos”. En un debate reciente a tenor de una motivadora conferencia de la doctora Marial Iglesias sobre el enterramiento arbitrario en El Vedado en la primera mitad del XIX de esclavos no bautizados, volvió a reclamarse la imperiosa necesidad de preservar nuestra memoria y que intervenciones sociales, investigativas o urbanas, como la del aprobado y postergado conjunto escultórico, terminen de visibilizarse y ser realidad.

Aunque celebro en la construcción de este cuerpo sus diferentes asientos, quiero privilegiar junto al de Aponte a los relacionados con Fernando Ortiz, Manuel Moreno Fraginals, Ramiro Guerra y Cintio Vitier, y referirme a modo de ilustración de nuestro comentario a los dos primeros. Con relación a don Fernando y su título más canónico —por lo demás objeto de numerosos estudios—, recapitulo en extenso: “Entre las recepciones más originales y enriquecedoras del Contrapunteo (…) se encuentra la que realizó el narrador cubano Antonio Benítez Rojo, en su influyente libro La Isla que se repite, donde sitúa con audacia la obra de Ortiz ‘junto con Borges, como un precursor de la posmodernidad en Hispanoamérica’. Benítez reitera la idea de que: ‘Lo que pronto salta a la vista —como se ha reparado tantas veces— es que el texto no busca su legitimación en el discurso de las ciencias sociales, sino en el de la literatura, en el de la ficción; esto es, se propone de entrada como un texto bastardo’, y lo considera: ‘uno de los libros más consecuentes con las dinámicas de lo caribeño que se han escrito nunca’. Al mismo tiempo, propone leer el ensayo: ‘como un texto dialógico y acéntrico en cuyo pluralismo de voces y de ritmos no solo se dejan escuchar las más variadas disciplinas y las ideologías más irreconciliables, sino también enunciados que corresponden a dos formas muy diferentes de conocimiento, de saber’” [5]. Y acarreo esta imagen de Benítez de “texto bastardo”, asociado al “mestizaje” y contaminación provechosa de historia y literatura, pues es algo que está muy presente como hilo conductor en la escritura de Alfonso López, afín también con otra imagen del autor de El mar de las lentejas, que reconoce la porosidad de la escritura —ensayo, narrativa, poesía, crónica— cuando deviene “género anfibio”.

“El historiador, profesor y ensayista Félix Julio Alfonso López es quien mejor ha profundizado en nuestro país desde la academia y los espacios más populares la correspondencia entre béisbol, historia y cultura”.

De esas influencias intervenidas que se recrean en estas páginas, destaca más adelante en la voz de Moreno sobre la provechosa experiencia que tuvo durante su estancia madrileña, “en el café Gijón que está frente a la Biblioteca Nacional, donde yo investigaba (…) Aprendí mucho y creo que me vino bien unirme con gentes que estaba un poco fuera de la historia como disciplina profesional. Me acostumbraron a algo que no sé si es un defecto o una virtud, que es trabajar la Historia no sólo con historiadores sino buscando otra dimensión en poetas, políticos y novelistas…”.[6]

Oscar Zanetti —quien forma parte de ese reducido linaje de historiadores que escriben bien y desafían los compartimentos estancos entre las expresiones científicas y literarias—, como la autoridad que es, sobre el autor de El Ingenio, expresó: “por su asunto, la mayor parte de esos escritos podrían enmarcarse en lo que hoy se califica de ‘historia intelectual’, pero más allá de las etiquetas, lo que realmente interesa destacar es el núcleo de preocupaciones que alienta esas obras y que en el largo plazo impulsará toda una línea de investigación, al extremo de que ideas plasmadas en estos primeros textos pueden encontrarse reiteradas en obras muy posteriores. Particularmente en las indagaciones sobre Suárez y Romero y Saco, se hace patente el interés por comprender la circunstancia social en que se va fraguando la nación cubana durante la primera mitad del siglo XIX, así como la tragedia de la intelectualidad involucrada en ese proceso”.[7]

“(…) celebro junto a este libro las incontables pruebas de su rigor, laboriosidad, condición ‘sabichosa’, y sobre todo de su honestidad escritural”.

De su primer encuentro con Fraginals, Rafael Acosta de Arriba recuerda: “(…) este me preguntó si yo era graduado de Historia, a lo que yo respondí que no, que era graduado de Matemáticas y el eminente historiador me dijo para mi sorpresa, ‘ah, entonces creo que sí podrás escribir tu libro sobre Céspedes’”[8]. Lo cual se religa con el testimonio del propio Moreno aquí recogido: “Las matemáticas me abrieron un camino que yo de ninguna forma pensaba que estaba abriéndose para la historia (…) me fui a Venezuela y trabajé en la cervecería Caracas y luego de agente publicitario y creé mi propia agencia. Hacíamos investigaciones sociales, estudios de mercado, y sin las matemáticas no hay forma de hacer esas cosas. (…)”.[9]

Como nos comenta Félix, hay novelas que son verdaderas lecciones de historia —tenemos el universal modelo de Balzac, o el nuestro de Cirilo Villaverde, autor citado en estas páginas—. Y ahora me gustaría “colar” otro ejemplo, aunque suene muy “demodé”, entre arquetipos que serían innumerables: Los campos roturados de Mijail Sholojov, que igual que en el caso del francés con relación a la burguesía, de pretendida apología al colectivismo stalinista, por obra y gracia de la buena narrativa devino categórica radiografía y crítica inevitable del mismo.

El historiador, profesor y ensayista Félix Julio Alfonso López es quien mejor ha profundizado en nuestro país desde la academia y los espacios más populares la correspondencia entre béisbol, historia y cultura. Tal vez por eso, o su presencia en los medios televisivos, sea más conocido. El presente volumen es expresión de que sus ambiciones de vida como historiador y los derroteros por los que se ha enrumbado como profesor, investigador y escritor, lo hacen poseedor de un amplio diapasón y significativo bagaje intelectual, que puede transitar desde una lectura antidogmática del anexionismo camagüeyano, un repaso ilustrado de nuestra prensa decimonónica hasta fundamentar los saberes de la pelota como patrimonio cultural de la nación.

Como lector, colega de aventuras intelectuales y amigo —que en lo vivencial puede ser lo más importante—, celebro junto a este libro las incontables pruebas de su rigor, laboriosidad, condición “sabichosa”, y sobre todo de su honestidad escritural, por aquello que Raúl Roa —otro criollo ilustrado y pelotero— reconociera como “una posición en la vida”.

* A propósito del libro de Félix Julio Alfonso López. Murmullos de la historia (Ediciones Bachiller. Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, 2023).

Notas:

[1] Gastón Baquero. Paginario disperso (Ediciones Unión, 2014), p. 11.

[2] Félix Julio Alfonso López. Murmullos de la historia. Ob. cit. p 9.

[3] Félix Julio Alfonso López. Murmullos de la historia. Ob. cit. p. 29.

[4] Félix Julio Alfonso López. Murmullos de la historia. Ob. cit. p. 31.

[5] Félix Julio Alfonso López. Murmullos de la historia. Ob. cit. p. 158.

[6] Félix Julio Alfonso López. Murmullos de la historia. Ob. cit. p. 221.

[7] Félix Julio Alfonso López. Murmullos de la historia. Ob. cit. p. 228.

[8] Norberto Codina. El pabellón de los amigos (Editorial Cubaliteraria, 2022), p. 352.

[9] Félix Julio Alfonso López. Murmullos de la historia. Ob. cit. p. 229.